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Pero Luna no pareció darse cuenta.

No me casaría sólo por eso. De hacerlo, me gustaría casarme por amor. Y aunque estoy segura de que querría a los niños, no sería justo para ellos que no pudiera quererlos como quise a Luciano.

—¿No crees que pudieras ser una buena madre a menos que los niños fueran tuyos? —preguntó él, atónito. Le parecía imposible. Luna era una mujer tan cariñosa, tan capaz de dar amor... Lo veía todos los días.

—Podría ser una buena madre. Pero no podría querer a los niños como ellos merecen que los quieran —contestó ella. Pero le temblaban los labios al decirlo.

Nunca había deseado besarla más que en aquel momento. Luna parecía haber dado el tema por cerrado. Le había contado la verdad sobre su hijo y no parecía amargada o furiosa con la vida. Sencillamente, había aprendido a aceptarlo.

No deberías estar sola —insistió Matteo—. Tú has nacido para ser madre.

«Y algunos niños necesitan una madre tan buena como tú».

—El mundo no es perfecto y la vida no es justa. No es justo que nazcan niños en zonas en guerra o que mueran a los tres años de una terrible enfermedad... pero la vida es así.

Era imposible. No podía aceptar ese golpe como si no hubiera pasado nada.

—Sí, claro, y supongo que cada vez que te entran ganas de llorar te pones a cantar —replicó Matteo, airado. No sabía por qué, quizá porque era incapaz de entender que Luna aceptase su desgracia sin quejarse.

—¿Me llamarías Optimista si te dijera que sí?

—Probablemente.

—Entonces, me niego a decir nada. No quiero incriminarme —intentó bromear Luna.

—Eres una mujer asombrosa, en serio.

—Ya. Incluso los seres incorregibles como yo damos sorpresas.

Desde luego. No había dejado de sorprenderlo desde que la conocía. Lo que lo sorprendía era que su ex marido hubiera sido tan estúpido como para dejarla escapar. «No pienses en eso». Ya era suficientemente peligroso que la viera en sueños cada noche. Si las cosas fueran diferentes... pero él seguía sin ser libre y, aunque estaba intentando cambiar eso, algunas cosas escapaban a su control.

Su juramento seguía intacto, grabado en piedra por el sufrimiento de un niño inocente. No podía tener a Luna. Punto y final.

[...]

—No, no vengas a buscarlo todavía —le dijo Gary al día siguiente, en tono misterioso—. Fede y yo estamos muy ocupados ahora mismo.

Luna dejó escapar un suspiro. Matteo estaba en Montesilvano por un asunto de trabajo, pero había dicho que quería que Federico estuviera en casa cuando volviese.

Durante la última semana, el niño había pasado todas las tardes en casa de su tío Gary, con su nuevo amigo, Flavio. Y estaba tan emocionado con aquel proyecto secreto que la noche anterior apenas probó bocado durante la cena. Pero Luna no sabía qué hacer.

«Venga, Optimista, soluciona el asunto para que todo el mundo quede contento, como haces siempre».

—Muy bien, de acuerdo.

Esperaba que Matteo no se enfadase. Y que llegara a casa después de las ocho. Pero la ley de Murphy parecía cumplirse en todo lo que se refería a ellos y, por supuesto, Matteo apareció a las seis y media.

—¡Niños, ya estoy en casa! ¡Y traigo regalos para todos!

—¡Regalos! —gritaron Fio y Franco, saliendo al porche a la carrera.

—Fede está en casa de mi tío Gary —se disculpó Luna—. Por lo visto, siguen trabajando en ese proyecto secreto y...

—Y tú no has podido decirle que no —la interrumpió Matteo, con expresión cansada. Su alegría había desaparecido.

—Lo siento. Es que mi tío parecía tan entusiasmado...

—No te preocupes. Tú cuidas de Fede mucho mejor que yo, así que vamos a dejarlo.

—Yo no cuido de tu hijo mejor que tú, lo que pasa es que eres especialista en sentirte culpable —replicó Luna—. Y deberías dejar de hacerlo.

—Esto es más bien una condena a cadena perpetua, pero tú puedes verlo como quieras —dijo Matteo, subiendo a los niños al coche.

Luna se mordió los labios.

—La cena ya está lista.

—Gracias, pero ya te hemos molestado más que suficiente. No has tenido ni un minuto para ti misma en varias semanas y ya es hora de que lo tengas. Yo voy a buscar a Fede —suspiró Matteo, sacando el móvil del bolsillo.

—Muy bien, como quieras.

Luna consiguió sonreír mientras se despedía de los niños con la mano.

—¿Gary? Voy a comprar algo de cena al pueblo y luego pasaré a buscar a Fede... sí, lo sé, pero tengo que ir a comprar la cena de todas formas... ¿Qué? ¿Cómo que no está en tu casa? ¿Dónde ha ido? —Matteo se quedó escuchando un momento—. Es una sorpresa, ya. ¿Cuánto tiempo lleva fuera... una hora? ¿Estaba disgustado? ¿Te ha dicho algo? ¿Sabes dónde está mi hijo, Gary?

El pánico que había en su voz podría haber parecido fuera de lugar en otro padre, pero no en Matteo.

Sintiéndose culpable, Luna subió al coche sin esperar a que él se lo pidiera.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora