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—Así que tú eres Fede.

El niño asintió con la cabeza.

—Tengo ocho años —contestó, con aire agresivo, como si Luna fuera a discutírselo.

—Ah, muy bien. Pues yo soy Luna, tu vecina. Seguro que a ti también te gustan los espaguetis y las galletas.

Fede saltó la valla de inmediato y sólo entonces Luna se dio cuenta de lo delgado que estaba. Delgado y serio.

Debería enviarlo a su habitación para cumplir con el castigo que le había impuesto su padre, pero lo que dijo fue:

—Bueno, pues entonces entremos en mi casa.

Seguramente a Fede no le haría gracia que le obligara a lavarse la cara y las manos, de modo que dejó que Fio entrase en el cuarto de baño, esperando que él hiciera lo mismo por decisión propia. No fue así.

Fede fue directamente a la cocina y, cuando volvieron del baño, la miraba como retándola a ordenarle que se lavase las manos.

Pero Luna no era una novata y, levantando una ceja, tiró un paño húmedo sobre la mesa y esperó. Fede se cruzó de brazos y la miró a los ojos, retador. «Oblígame», parecía decir.

Fio tiró de la mano de Luna. Su carita, tan bonita ahora que se había quitado el barro, estaba llena de esperanza.

—Tengo mucha hambre... y yo sí me he lavado.

—Tienes razón, cielo —dijo Luna, abriendo el armario para sacar los platos, los vasos y las galletas. Un plato, un vaso.

—Aquí tienes, Fio... No, Fede, yo que tú no lo haría —dijo luego, al ver que el niño iba a tomar las galletas—. Puedes comer si antes te lavas las manos. Voy a dejarlas sobre la mesa durante treinta segundos. Veintinueve, veintiocho...

¡Paf! Luna hizo una mueca cuando el paño mojado la golpeó en el cuello.

Debería haber imaginado que Fede reaccionaría así... pero antes de tirárselo se lo había pasado por las manos y la cara. Al menos había conseguido algo.

Luna se quitó el paño del cuello y lo lanzó directamente a la cabeza del niño. Fio soltó una carcajada infantil y empezó a dar palmas.

—¡Devuélveselo, Fede!

Sonriendo, el niño le tiró el paño. Y luego soltó una risotada cuando Luna fingió que le había entrado barro en la boca.

Fio seguía muerta de risa cuando Luna la sorprendió tirándole el paño. La niña se lo tiró a su hermano y Fede, de nuevo, a Luna. La cocina se llenó de risas, mientras se tiraban el paño húmedo de uno a otro.

Desde la ventana, con Franco en brazos, Matteo Balsano observaba la escena. Había visto a Fede dirigiéndose a la valla y había ido a buscarlo, pero ahora lo único que podía hacer era mirar lo que estaba pasando en aquella cocina, atónito. Fede estaba riéndose.

Habían pasado exactamente tres años desde la última vez que vio a su hijo riendo.

Y Fiorella también estaba allí. Fio, que nunca le hablaba sin sacarse el dedo de la boca. A él, su propio padre. Una niña tan tímida que no se atrevía a hablar con extraños. Fio había estado desapareciendo cada día desde que se mudaron a Pescara y Matteo nunca era capaz de encontrarla. Cuánto le gustaría entender por qué se había vuelto tan solitaria, tan silenciosa.

Pero ahora no sólo estaba hablando, estaba riéndose a carcajadas.

—Lo están pasando bien, papá —dijo Franco.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora