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Federico hizo el anuncio desde la ventana y Matteo se maldijo a sí mismo. El niño debía de haberla abierto para escuchar la conversación.

—Cierra la ventana, hijo. No tenías por qué espiar. Si querías oír la conversación, podías haber salido al porche y hacerlo honestamente.

—Sí, papá —Fede no se molestó en mirar a su padre—. Fio y Franco están viendo Junior Express, Lu. ¿Puedo irme ya?

—Sí, claro. Gracias por tu ayuda.

Su voz era tan cálida como la del niño. La admiración mutua parecía haber aumentado tras su afirmación de que no iba a robarle a su padre. Al niño le gustaba Luna; Fio y Franco la adoraban. Y ella los quería a todos.

Él era el único que se había quedado fuera.
No podía mirarla. La vida ya era demasiado dura. No necesitaba ver todo lo que nunca podría tener.

—No te molestes con las pinzas, ya me he sacado la astilla.

Luna no contestó.

[...]

—¡Ay, por favor! —exclamó Nina, la madre de Bianca, al día siguiente.

Era la última madre del día y ella, como las demás, casadas o solteras, había reaccionado de la misma forma. Miraba a Matteo como si fuera un ángel caído del cielo.

A la luz del atardecer, Matteo estaba arrancando tablones en el jardín. Llevaba unos vaqueros que se ajustaban a sus poderosas piernas y botas de trabajo. Su torso desnudo y sus bíceps de atleta estaban cubiertos de sudor. Las puntas de su cabello castaño brillaban como el fuego.

—Luna, qué suerte tienes —dijo Nina, mirando lo que Luna había intentado no mirar durante una hora—. ¿Cómo puedes vivir al lado de eso, tenerlo ahí todo el día y no meterte en la cama con él?

—Calla —susurró Luna, mirando hacia el salón, donde Fede estaba viendo una película.

—Venga, chica. ¿Has perdido las hormonas? ¿No me digas que no te pasas horas mirando esa maravilla? Hazme un café y cuéntamelo todo. Te juro que si no fuera feliz con Gastón...

¿Cuántas veces iba a oír lo mismo aquel día? Como si ella necesitara ánimos.

Después de, por fin, despedir a Nina y a Bianca, Luna dejó escapar un suspiro. Nadie en todo el pueblo creería que no eran amantes. Ni una sola persona dejaba de imaginar cosas que Luna no podía apartar de su cabeza. Y ahora, con él allí, medio desnudo...

Como Nina, como Delfina y Emilia y todas las demás madres, Luna estaba hipnotizada. A través del cristal de la ventana, recibiendo los últimos rayos del sol, parecía un dios pagano. Intentando comportarse, sólo lo había mirado de reojo un par de veces mientras tejía su colcha de retales. Pero no podía dejar de pensar en él. Tejer colchas era algo que podía hacer en cualquier parte. Una actividad que había aprendido en el hospital, durante las múltiples estancias de Luciano. La mantenía ocupada y centrada en algo, especialmente cuando estaba muy cansada o particularmente negativa. A menos que hubiera una tentación dorada en forma de hombre al otro lado de la ventana, inclinándose para cortar maderas, con unos vaqueros ajustados que parecían acariciar su trasero... ¡Tenía que parar!

Tras clavar la aguja en la tela, Luna dobló la colcha y se levantó, desesperada.

—Vamos a jugar al escondite antes de que se haga de noche.

—¡Sí, sí! —gritaron Franco y Fio.

Luna miró a Fede, que no había apartado los ojos de la televisión.

—Si te quedas aquí voy a encontrarte enseguida. Y Franco estará recordándotelo toda la noche.

Riendo, Fede corrió hacia la puerta. Después de contar muy despacio hasta veinte, Luna gritó:

—¡Voy a buscarlos!

Como siempre, Franco no pudo evitar una risita, delatándose al hacerlo. Siempre dejaba que Fede o Fio ganasen. A Franco no le importaba perder. Le gustaba seguir la búsqueda con ella y una vez le había dicho: «A Fede le gusta ganar». Que un niño de tres años tuviera tal autoestima y tal intuición la dejó sorprendida. Además, era un testamento de lo bien que Matteo educaba a sus hijos a pesar de todas las adversidades.

La asombraba que Matteo no se diera cuenta de lo buen padre que era.

—¡Voy a buscarlos, niños! —volvió a gritar.

Y enseguida oyó la risita incontenible de Franco detrás de unos arbustos.

—¡Ajá, te pillé!

El niño se echó en sus brazos, muerto de risa.

—Vamos a buscarlos, Lu —dijo, dándole la mano.

Cuando llegaron a la parte de atrás, Matteo volvió la cabeza con una sonrisa en los labios... y Luna dio un tropezón. Actuando por instinto, tiró de la mano de Franco para que cayera sobre ella en la húmeda hierba.

—¿Qué haces? Pensé que yo era el torpe —se rió Matteo.

Su voz sonaba cerca. Muy cerca. Luna volvió la cabeza y se encontró con los burlones ojos avellana.

—¿Por qué crees que trabajo con niños? —las palabras le salieron ahogadas—. He decidido usar mi torpeza congénita para ganarme la vida. A los niños les gusta que meta la pata.

—Eso me suena —se rió él, ofreciéndole su mano—. Pero al menos esta vez no te has tirado un cajón encima.

De pie, Luna se encontró en contacto directo con su bronceado y desnudo torso. Olía a tierra, a hierba y a madera. Y a hombre. Su piel desnuda brillaba de honesto sudor... No debería mirarlo, pero... Matteo vio en sus ojos un deseo que no podía ocultar. Y una ternura indecible. La voluntad contra el deseo, el deseo contra la razón. Y sus manos, como por voluntad propia, se movieron para tocarla...

—¿No vamos a buscar a Fede y a Fio?

La pregunta de Franco sacó a Luna de su estupor. Sacudiendo la cabeza, miró al niño con una sonrisa en los labios. No podía hablar. Apenas podía respirar. Matteo dio un paso atrás sin decir una palabra, pero tenía una sonrisa en los labios.
Con las piernas temblorosas, Luna tomó a Franco de la mano y se dirigió hacia el otro lado de la casa.

Y él, sabiendo lo asustada que estaba, volvió a trabajar. Afortunadamente, Fede no había visto la escena. Si Franco no los hubiera interrumpido, la habría abrazado y... Tendría que trabajar sin parar, se dijo. Sólo así podría dormir esa noche.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora