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Pescara, Italia.

—¡Noooo! ¡Fede, eres malo! ¡Devuélvemela!

—¡Oblígame!

—¡Se lo voy a decir a papá!

—¡Piérdete, llorón! —replicó el otro niño—. Ya verás cómo le da igual. ¡No te hará ni caso!

Luna Valente suspiró, soltando la manta que estaba tejiendo. Los niños que vivían en la casa de al lado estaban discutiendo otra vez. Se habían mudado allí siete días antes y, desde entonces, lo único que oía eran gritos y peleas. Había decidido ir a saludarlos un par de veces... pero se había vuelto a casa al oír las voces.

Como vivían en un pueblo pequeño, ya debería saberlo todo sobre esa nueva familia. Pero con los chismorreos que ella había tenido que soportar en el pasado, prefería esperar a que ellos fueran a saludarla.

Por el momento, había esperado en vano. A lo mejor no eran la clase de personas que iban a presentarse a su única vecina, pero los niños no eran nada discretos. La valla que separaba las dos casas parecía ser su sitio favorito para... en fin, solucionar sus diferencias. Y a ella no le apetecía oír peleas todos los días.

«Sí, bueno, pero al final irás a hablar con ellos», le dijo una vocecita resignada. Sonaba como la de Simón antes de marcharse. Casi podía imaginarla ahora:

«No puedo creer que hayas aguantado siete días sin ir allí para ofrecer tu ayuda. Optimista al ataque, como siempre. Ve a arreglar la vida de los demás... ¿No es para eso para lo que viniste aquí, para solucionar la vida de tu tío Gary tras la muerte de su mujer?».

Estaba harta de luchar contra fantasmas, pensó Luna, suspirando.

Simón podía pensar lo que quisiera... lo había hecho, de todas formas. Sí, había ido a Pescara para hacerle compañía a su tío Gary tras la muerte de su tía Ana, pero también para escapar. Escapar de la compasión, de sus hermanas, todas rodeadas de hijos...

—¡Papá sí me hará caso! —gritó el niño, con la voz temblando de emoción.

Debía de tener unos tres años, la misma edad de Luciano. Podrían haber jugado juntos, aunque Luciano ahora tendría cinco años...

Como siempre que pensaba en su hijo, se le hizo un nudo en la garganta y sus ojos se llenaban de lágrimas, pero respiró profundamente intentando calmarse. Estaba harta de llorar. Echaría de menos a Luciano hasta el día de su muerte, pero tenía que seguir adelante...

—Sí, Franco, papá te hará caso —una voz masculina, seria y cansada, interrumpió los tristes pensamientos de Luna—. Federico Balsano, me avergüenzo de ti —siguió el hombre—. Metiéndote con un niño de tres años... Te pedí que cuidaras de tu hermano pequeño durante media hora y... ¿Por qué le has quitado su mantita?

Sin darse cuenta, Luna se había acercado a la ventana para observar la escena. No debería, pero en el pueblo había pocas distracciones. Dos canales de televisión y eso sólo cuando el viento soplaba en la dirección adecuada o no llovía. Y en las dos únicas emisoras de radio ponían música country o hablaban de política local.

Sí, aquél era un pueblo en el que las cosas iban de dos en dos. Dos de todo, ni más ni menos.

Como aquellas dos casas en la colina, mirando al mar. Casas gemelas, un poco viejas, un poco destartaladas, cada una con cinco acres de terreno a quinientos metros del mar y a tres kilómetros del pueblo; suficientemente aisladas como para vivir tranquilos y suficientemente bonitas como para alegrar el espíritu.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora