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—No puedo decírtelo, de verdad. Se lo prometí al niño —estaba diciendo Gary por cuarta vez—. Estoy seguro de que no corre ningún peligro. De verdad que esta vez no se ha escapado...

—¿Crees que puedo confiar en que no le haya pasado nada? Es casi de noche y no sé dónde está —lo interrumpió Matteo, sacando el móvil.

—No lo hagas, por favor. El pobre estaba contentísimo con la sorpresa. Si llamas a Gutiérrez para que vaya a buscarlo lo estropearás todo.

—¿Por qué?

Gary negó con la cabeza.

—No puedo decírtelo.

—Entonces, no quiero saber nada de sorpresas. Mi hijo de ocho años ha desaparecido y tú esperas que...

—Que confíes en tu hijo, sí —lo interrumpió Gary—. Dale diez minutos más, por favor. Eso es todo lo que te pido.

—Eso es lo que hice con Ámbar, esperar. Mi hijo de cinco años me llamó, asustado, porque Franco estaba llorando y no podía sacarlo de la cuna. Y cuando llegué a casa, mi esposa había desaparecido. Le di diez minutos y luego otros diez, esperando que se hubiera ido de compras, que hubiera salido con sus amigas... cualquier cosa menos la verdad. Y cuando tuvimos que incluirla en la lista de personas desaparecidas lo único que podía pensar era: ¿Y si no le hubiera dado esos diez minutos? ¿Y si en esos diez minutos Ámbar había sido raptada o asesinada? Si la experiencia me ha enseñado algo es que es mejor tener a mi hijo vivo... aunque esté enfadado conmigo. Si puedo salvar la vida de Federico, lo haré aunque me odie para siempre.

La resistencia de Gary se tambaleó como un castillo de naipes y le hizo un gesto con la mano para que hiciese esa llamada. Y Matteo abrió el móvil para marcar el número del sargento Gutiérrez.

—Matteo —Luna había puesto una mano en su brazo—. Entiendo que estés preocupado, pero antes de llamar a Reinaldo, ¿Por qué no llamas a casa de sus amigos? Puede que esté en casa de Flavio. Es sólo un niño y últimamente parece tan feliz...

Matteo la miró. En Pescara nadie sabía nada sobre la madre de Federico. Era un niño normal que empezaba a hacer amigos. Si metía la pata ahora... todo el mundo se enteraría de la historia y empezarían a especular, como había pasado en Ortona. Y entonces Federico volvería a actuar como lo había hecho allí: «¡Voy a encontrar a mamá y así la gente dejará de decir cosas malas!» , le había gritado una vez.

—Lo siento, no puedo esperar.

Angustiado, con la misma angustia que llevaba tres años sufriendo, marcó el número de Gutiérrez y le explicó brevemente la situación.
Después de colgar miró a Luna, que asintió con la cabeza.

—Te comprendo.

—Gracias.

—Fede volverá a casa, ya lo verás.

Luna estaba con él y, por primera vez en mucho tiempo, no se sentía solo.

Y por eso, sin pensar en las consecuencias, Matteo dio un paso adelante y la tomó entre sus brazos. ¿Podía un beso ser algo malo? Era el peor momento, el peor sitio, el peor todo. Él no era libre, su hijo había desaparecido, sus otros dos hijos estaban jugando en el patio con los juguetes que les había comprado y con su nuevo amigo Gary... Gary, que le había advertido que no debía jugar con los sentimientos de Luna. Sí, era el peor de los momentos. Pero todo eso daba igual. Porque lo único que deseaba era probar sus labios. Lo único que le parecía real en toda aquella pesadilla era esa mujer.

Un momento, eso fue todo. Un breve roce. Y enseguida Luna se apartó.

—¡Fede! —gritó.

Matteo, perdido en la ilusión de volver a ser un hombre y no sólo un padre, tardó un par de segundos en reaccionar. Pero ya era demasiado tarde.

El niño sonriente que acababa de aparecer subido a una bicicleta con las ruedas torcidas fue inmediatamente reemplazado por el ser resentido y suspicaz, el perro guardián en que se había convertido por necesidad y por miedo.
Fede lo había visto besando a Luna.

—¿Has montado una bicicleta? ¡Qué maravilla!

Suéltala, papá —dijo Fede—. ¡Suéltala!

—¿Qué? —Matteo miró su mano, que apretaba la de Luna como si fuera un salvavidas. Luego miró a Fede y una furia tan poderosa como la de su hijo lo cegó por completo—. ¿Quién eres tú para darme órdenes? Yo soy el adulto aquí, no tú. Lo que hagamos Luna y yo no es asunto tuyo.

—¡Estás casado con mamá!

Matteo cerró los ojos. La elección era tan clara como aterradora. Pero había llegado el momento de seguir adelante, le gustase a Fede o no.

—No fui yo quien abandonó a la familia, hijo. Mamá se marchó porque estaba triste... pero si hubiera querido volver a casa lo habría hecho hace mucho tiempo. Y odiarme a mí y escaparte no servirá para traerla de vuelta. ¿Lo entiendes, Fede? Ahora estamos solos los cuatro.

—¡No! —gritó el niño con toda su alma—. ¡Mamá volverá a casa! ¡Me lo prometió!

—Prometió volver a casa en una hora, hijo.

Federico apretó los puños.

—¡Es culpa tuya! ¡No deberíamos habernos ido de Ortona!

—Mamá rompió su promesa hace tres años, Fede. Ella siempre supo dónde estábamos y no volvió a casa.

¡Tú la pusiste triste! ¡Es culpa tuya!

—Sé que tus abuelos quieren hacerte creer eso, pero no es verdad — respondió Matteo, haciendo acopio de valor—. Mamá estaba enferma...

—¡No!

—Fede, yo quise a mamá desde los quince años y quería que volviera a casa. Pero estaba muy enferma y las pastillas no la ayudaban, por eso se marchó. Además, si volviera a nuestra antigua casa, tus abuelos le dirían dónde estamos.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora