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Hacía mucho tiempo que no tocaba a una mujer, que no sentía su calor. Y ella lo deseaba también, estaba seguro. Lo veía en sus ojos, en la curva de sus labios... en cómo se inclinaba ligeramente hacia él, en el ligero temblor de su cuerpo cada vez que la rozaba. Pero no podía pasar. Él no podía dejar que pasara. No necesitaba la complicación de una relación sentimental y sus hijos no querían que otra mujer ocupara el sitio de su madre... especialmente Federico.

Pero aunque coquetear con ella era un error, Matteo lo estaba haciendo.

—¿Entonces viniste aquí para abrir tu negocio?

—Sí, bueno... Necesitaba empezar otra vez tras el divorcio. Además, mi tío Gary se había quedado solo y me pareció lo mejor.

Matteo tardó casi un minuto en recordar lo que le había preguntado y de qué estaban hablando. No tenía mucha experiencia con las mujeres. Nunca había estado con otra que no fuera Ámbar y no sabía jugar a ese juego con otra mujer. Y estaba seguro de que Luna tampoco. Se quedaron donde estaban, a un metro el uno del otro, sin saber qué hacer.... bueno, los dos sabían qué querían hacer; era de las consecuencias de lo que tenían miedo.

—¿Y tú a qué te dedicas? —preguntó ella por fin—. Bueno, además de criar a tus hijos.

—Soy arquitecto... y constructor. Tenía un negocio en Ortona —contestó Matteo.

No añadió que había tenido que venderlo para pagar deudas. No era culpa de Ámbar, él debería haber visto lo que estaba sufriendo. Pero, ocupado con el negocio, obcecado en conseguir prestigio y éxito, había dejado que Ámbar llevase la casa. Se había dado cuenta de que compraba muchas cosas, pero les iba bien, ¿Por qué no disfrutar un poco? Y si su vida de casados había perdido intimidad desde el nacimiento de Franco, estaba seguro de que el tiempo lo arreglaría.

El problema de su mujer le había explotado en la cara sólo cuando ella ya había desaparecido... y cuando empezaron a llegar las facturas. Desde ropa de diseño a zapatos carísimos o compras hechas por Internet de las que él no sabía nada.

—¿Y te has venido a Pescara? —se rió Luna—. ¿Qué vas a hacer en un pueblo de tan pocos habitantes?

—Sí, ya sé que aquí no hay muchas oportunidades para construir, así que había pensado abrir un negocio de reformas. Aunque también puedo ofrecer servicios de construcción. En Chieti están haciendo casas nuevas y eso no está lejos de aquí. Claro que hasta que Fiorella y Franco no vayan al colegio tendré que trabajar a tiempo parcial. Pero puedo hacer los planos por la noche.

—Yo... en fin, hay sitio para ellos en mi casa los lunes miércoles y viernes, si te hace falta. Tengo a los niños hasta las seis y Fede puede ir a mi casa después del colegio.

Señales de alarma empezaron a sonar en la cabeza de Matteo. Estaban caminando sobre un precipicio. Él lo sabía, ella lo sabía. Y, aun así, siguieron adelante.

—Sólo tengo tres niños esos días y no cobro mucho.

—Gracias, Luna. Es difícil tener que llevar a los niños conmigo a todas partes como me pasaba en Ortona. Y en cuanto a Fede... creo que le gustará. Especialmente si yo no aparezco para complicar las cosas.

—Fui yo quien complicó las cosas —dijo Luna en voz baja—. Y creo que lo mejor para Fede es que vuelva a mi casa. Los dos tenemos suficientes fantasmas contra los que luchar.

Deseando rozar sus labios o la curva de su cuello o levantar su cara para mirarla a los ojos, Matteo sólo pudo asentir con la cabeza. Sabía que tenía razón, pero oír esas palabras lo llenó de resentimiento. La deseaba tanto como lo deseaba ella, pero la normal atracción hacia una mujer le estaba prohibida porque estaba en aquel maldito limbo. ¿No dejaría nunca de pagar por un par de meses de ceguera?

«¿Le estoy dando a Fede seguridad al seguir solo o lo que hago es plegarme a los deseos de un niño que se siente inseguro, empeorando así las cosas para toda la familia? Fio y Franco necesitan una figura materna en sus vidas... y Fede la necesita más que los dos juntos».

¿Por qué no había pensado en eso antes?

—Será mejor que me vaya...

—¡Papá!

Matteo se levantó de un salto.

—Es Federico.

—¡Papá!

Matteo llegó a la casa corriendo y entró en la habitación que el niño compartía con Franco. Era una casa de cuatro habitaciones, pero a Fede no le gustaba dormir solo. Aunque no lo admitiría nunca, dormir con su hermano pequeño le daba una sensación de continuidad, de seguridad.

No pasa nada, cariño. Ya estoy aquí.

Matteo abrazó a su hijo, apretándolo contra su corazón; la única ocasión en la que Fede lo dejaba acercarse tanto. El niño estaba temblando, muerto de miedo. Había vuelto a tener una de sus pesadillas y Matteo le acarició la espalda, cubierta de sudor.

—Papá —murmuró él, perdido en un mundo entre el sueño y la realidad.

Aquél era el miedo que lo separaba de otros niños cuya madre no había desaparecido. Si Ámbar hubiera muerto, Fede lo habría aceptado. Pero no había dónde ir cuando tu madre era una persona desaparecida. No había fin, no había cura para el dolor. O para el miedo de ser el responsable de que tu madre no volviera nunca a casa. Era una carga demasiado pesada para un niño de ocho años.

—Estoy aquí, cariño. Siempre estaré aquí.

—Dile que se vaya, papá.

Matteo suspiró.

—No puedo, Fede. Es nuestra vecina... y a partir de ahora cuidará de Fio y Franco mientras yo estoy trabajando.

—No, papá —insistió el niño, con unos sollozos tan profundos que no podían ser falsos—. Mamá nunca volverá a casa si...

«Si estás con otra mujer».

Matteo podía terminar la frase por su hijo. Y aquella vez era real.

Le gustaba Luna y no podía disimularlo. Y Fede, con el radar que tenían todos los niños, se había dado cuenta. Sabía que el peligro era real. Y no había nada que Matteo pudiera decir para consolarlo. De modo que los miedos y las pesadillas seguirían existiendo.

Algún instinto lo alertó entonces, obligándolo a girar la cabeza.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora