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—¡No, no! —gritaba Federico, temblando—. ¡No puede porque los abuelos ya no están allí!

—¿Cómo que ya no están allí?

—¡Vete! —exclamó el niño entonces—. ¡No te acerques a mi padre!

Matteo se dio la vuelta y comprobó que Luna estaba a su lado, con los ojos llenos de compasión.

Fede, esta mañana era tu amiga. Que sienta cariño por tu padre no me convierte en tu enemiga.

Matteo tragó saliva. «Que sienta cariño por tu padre». Entonces, no estaba equivocado.

—Tu papá tenía tanto miedo por ti que le di un abrazo para consolarlo —siguió ella—. ¿No puedo ser también amiga suya?

Federico se dio la vuelta, con el rostro pálido y angustiado.

—Papá...

Le estaba rogando que lo arreglase todo, que volviera a poner el mundo en su sitio, que lo dejase engancharse al recuerdo de su madre, lo único que le quedaba de ella. Pero Matteo debía tomar una decisión. Quizá la más difícil de su vida.

—Fede, ¿Qué has querido decir con eso de que los abuelos ya no están en casa?

Pero mientras hacía la pregunta tuvo un extraño presentimiento. La única razón por la que los padres de Ámbar se irían de casa era... lo único que les quedaba tras la desaparición de su hija.

—Están aquí, ¿Verdad? Han oído hablar de la señora que se parece a mamá. La que vive aquí, en Pescara.

Federico levantó la mirada.

—¿Tú también lo sabes?

—Sí, lo sé. ¿Los abuelos están aquí?

Si así fuera, no se habrían puesto en contacto con él. Aunque le conocían de toda la vida, lo culpaban por la desaparición de su hija y habían dejado de hablarle cuando aceptó que Ámbar podría haber muerto. Ellos jamás aceptarían eso. Se negaban a hacerlo y les parecía una traición por su parte. Cuando llamaban por teléfono a casa, preguntaban directamente por Fede o los demás niños.

De repente, Matteo entendió la razón por la que Fede se mostraba tan alegre últimamente. Antonio y Sylvana habían estado convenciéndolo de que una mujer solitaria que vivía cerca de Pescara podría ser su madre.

—Han venido en la caravana y están en un camping cerca de Chieti. Están buscando a mamá.

Matteo dejó escapar un suspiro.

—No te lo había dicho, pero el informe sobre esa mujer fue lo que hizo que nos mudásemos aquí, hijo. La policía me mostró una fotografía... no te lo había contado porque no quería que te hicieras ilusiones, pero me habían hablado de ella. He estado buscándola desde que llegamos a Pescara — Matteo vaciló un momento—. Hace un mes contraté a unas personas que se encargan de buscar a la gente que desaparece. Y están buscando a mamá.

Al oír eso, Fede le echó los brazos al cuello como sólo lo hacía cuando había tenido una pesadilla.

—Gracias, papá. Es que estaba tan asustado...

«Asustado de que tú hubieras olvidado a mamá».
No dijo esas palabras, pero quedaron suspendidas en el aire como un espectro. Como una mentira. Porque Matteo sabía que aunque la mujer hubiera sido Ámbar habría dado igual. Habría intentado ayudarla, pero en su corazón ya no quedaba nada más que los recuerdos. Un mes antes había contratado a un detective privado en un último esfuerzo por agarrarse a unas promesas de matrimonio ya olvidadas. Los papeles del divorcio que su abogado había redactado estaban en su estudio. Se sentía culpable y avergonzado, pero a la vez libre. Libre por primera vez en tres años. Dando por terminado un capítulo de su vida que parecía interminable.

Pero gracias al deseo de Sylvana y Antonio de seguir creyendo que su hija estaba viva, el sufrimiento de Fede no terminaría nunca...

¿Era por eso por lo que veía miedo en los ojos de Fio? ¿La razón por la que se escondía de él hasta que conocieron a Luna? ¿Qué habían estado contándoles a sus hijos los padres de Ámbar?

Aparentemente, aquél era un día de muchas sorpresas. Y ese momento era fundamental para Federico. No tenía alternativa.

—Sé que tus abuelos quieren creer que mamá está viva, cariño, pero la semana pasada esa persona a la que contraté se puso en contacto conmigo. ¿Te acuerdas de la carta que llegó hace unos días?

—Sí —murmuró el niño.

—Pues en esa carta me confirmaban que la señora a la que habían visto por aquí no era mamá. Se llama Jazmín Carbajal y tiene cuatro hijos. Aunque se parece un poco a mamá, no es ella.

Fede lo miró a los ojos un momento y luego todo su cuerpo empezó a sacudirse. Llorando, se apartó de su padre y corrió hacia la bicicleta.
Y, por una vez, Matteo no intentó retenerlo. Cuando desaparecía por la carretera, una manita tomó la suya.

—¿Nos subimos al coche, papá? —preguntó Franco—. Tenemos que ir a buscar a Fede.

Matteo miró a su hijo pequeño y se le hizo un nudo en la garganta. Pero Fede tenía que aceptar la realidad. No podía seguir viviendo en el mundo de fantasía que sus abuelos habían creado para él. Era el momento de seguir adelante. Observó a su hijo girar a la izquierda, hacia la costa, hacia su casa, y suspiró, aliviado.

—Sí, vamos al coche, niños. Pero Fede necesita estar solo un rato.

Un riesgo que no habría aceptado media hora antes. No podía detener a su hijo; su sueño se había roto en pedazos, su fe había desaparecido para siempre. Y él tendría que lidiar con las consecuencias.

—Siento mucho todo esto, Gary.

—No, no, hijo. No me pidas disculpas. Soy yo el que no había entendido... Pero habrá que llamar a Gutiérrez.

—Ya lo he llamado yo —intervino Luna, ofreciéndole el móvil—. Se te había caído.

—Gracias —murmuró Matteo, tomando su mano—. Vamos a casa.

Había usado esa expresión de forma deliberada, como para comprobar cuál era su reacción. Aún no sabía muy bien lo que sentía por Luna Valente, pero era completamente diferente a lo que había sentido una vez por Ámbar. Conocía cada rasgo de su cara, sabía lo que significaba cada gesto. Y, sobre todo, quería tenerla a su lado. Pero ella se limitó a asentir con la cabeza.

—Los niños tienen que ir a casa y tú necesitas estar solo un rato.

Aunque lo había dicho sonriendo, no podría mostrarse más distante. Podría haber estado hablando del tiempo. Y Matteo se dio cuenta de que no había sabido llegar a su corazón.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora