Ella...

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Y aquí voy de nuevo. A una nueva ciudad, para acostumbrarme de nuevo al lugar y lo que es más difícil, a las personas.

Tengo 18 años y lo que es más importante: tengo un reproductor de música con más de 1500 canciones y mi libro en mano. Son el único escape que tiene mi mente para no pensar en mi vida pasada. No me mal entiendan, no es que haya sido mala, sólo es necesario desconectarse de cosas que simplemente no te gustan.

La razón más pesada por la que nos mudamos es porque mi mamá contrajo matrimonio de nuevo con un señor llamado Ricardo, dueño de una empresa de carros viejos y oxidados en la ciudad Osprey de Florida.

Seeee, el trabajo del año.

No es que me caiga mal pero, ¡oye!, 3 bodas en 5 años es mucho para mí.
Mi papá falleció cuando yo tenía 10 años. Lo extraño mucho y mamá también. Ha tratado de encontrar al hombre que lo sustituya, pero muy en el fondo sabe que no lo encontrará.

-Llegamos, cariño-dice mi madre con emoción desbordante. Una mujer guapa, alta y de cabello color fuego.

En cambio yo soy todo lo contrario. Tengo cabello rebelde color castaño oscuro, estatura chica, y siempre uso camisetas, jeans y lo que no puede faltar, mis preciados vans.

Bajé del auto para encontrarme con una pequeña casita que Ricardo nos compró. De color ladrillo, con un pequeño y lindo jardín en la entrada.

Cuando abrí la puerta de madera reluciente, el olor a canela que tanto le gusta a mi madre inundó mis fosas nasales.

Muy empalagoso para mí gusto.

Ricardo ya nos esperaba dentro con sus vaqueros y camisetas a cuadros que tanto odiaba. Era ya viejo y tenía una panza gigante, cada vez que reía se movía al unísono con él.

Asqueroso.

-Hola hermosas, ¿qué tal estuvo el camino?-saludó. Le plantó a mamá un beso salivoso.

Mientras se comían a besos me volteé a inspeccionar el interior de la casa:

El color de las paredes era beige, los muebles eran de madera muy oscura y había cuadros colgados en todas partes, la mayoría eran de caballos. Había un comedor pequeño en el centro y sobre él, se hallaba puesto un florero lleno de orquídeas rosadas, también las favoritas de mamá.

Seguro  por eso la conquistó. Era demasiado detallista y atento con ella.

La única vez que me han dado flores, fue un niño de 6 años que estaba perdidamente enamorado de mí. Creo que fue porque un día de regreso del supermercado me di cuenta que me habían embolsado una paleta equivocada a la que me gustaba y se la regalé, y él a cambio fue a cortarme de su jardín 2 rosas rojas. No lo menosprecio, pero me hubiera gustado que el niño más guapo de mi salón me las hubiera obsequiado... no sé si me entiendan.

Cuando terminaron los asuntos románticos, mi padrastro (tan raro que se lee eso), nos enseñó el resto de la casa. Subimos por las escaleras hasta llegar a donde se supone que iba a ser mi habitación.

Las paredes eran de color verde olivo, mi favorito, y estaban llenas de posters con el famoso grupo musical "Mago de oz" impresos en ellos. En medio se hallaba una gigante cama con fundas floreadas, un buró a lado de ella y encima de ésta estaba colocada una lámpara de aceite. Una pequeña plantita de agua también.

La recámara también tenía integrado un baño completo, todo en azul celeste y los muebles de color perla. Tan impecable como se debe esperar de lo nuevo.

Me encantó mi habitación.

Nunca había tenido una para mi sola, siempre la compartía con mi prima Caro y a veces me dejaba fuera para poder estar con uno de sus tantos novios. Dormía en el pequeño, viejo y mal oliente sillón de la sala de estar.

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