Ella...

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En la semana no sucedió nada interesante... o bueno, sólo que mamá y Ricardo tuvieron su primera pelea. No fue nada grave a comparación de otras que eh vivido. De eso pueden estar seguros.

Todas las tardes me la pasaba en la librería con miedo de que al salir, me topara con Armando.

Salía un rato con Mich, hacíamos las tareas en su casa o en la mía, tomábamos nieve, fuimos al cine también.

¿No les parece genial?

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-Abigail, levántate. Es tu primer día de trabajo.

Obedecí de mala gana. Me bañé a conciencia y me despabilé sólo un poco. Salí y en la cama ya estaba mi ropa acomodada y mi madre a lado de ella con una sonrisa pícara:

-Este conjunto lo dejará sin palabras.

-Mamá, no lo hago por él. Es sólo para dar buena impresión en la empresa, ¿ok?

-Lo que digas.

Ya me había elegido una blusa de color azul turquesa, una falda y zapatos negros. Me peiné de una coleta, me maquillé máscara para pestañas y brillo labial un tanto fuerte.

-Bésalo, cariño. Te doy permiso- se despidió.

-Voy a la escuela primero, mamá. Tranquilízate.

Asistí a todas mis clases con la mirada de Michael un tanto acosadora. Mis amigas gritaron y bailaron de emoción, lo que me hizo reír un tanto divertida.

La librería había pasado a segundo término mientras realizara mis prácticas. Amanda fue mi sustituta con la condición de pasar tiempo con el desagradable de Ángel. Lo que no puedo creer aun.

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Llegué a las 2:50 con la recepcionista de la empresa "Casas".

-Buenas tardes- saludé-. Soy la nueva secretaria. El señor Armando me dijo que me presentara a esta hora. ¿Cuál es mi escritorio?

-¿Te eligió a ti? Una harapienta que no merece el puesto para nada-. Me miraba con horror mal disimulado.

No sabía que contestarle. Era una tontería lo que me acababa de decir, pero en el fondo sabía que tenía razón.

-Discúlpeme, señorita perfecta- le dije con una sonrisa en los labios. Mostré seguridad ante ella, pero en cuanto di media vuelta, mis piernas estaban temblando de nervios.

Me alejé y pedí informes al conserje que se hallaba limpiando el suelo de mármol ya de por sí limpísimo.
Fue muy amable y eso me animó un poco.

Mi jefe ya me esperaba. Estaba sentado como un Don Juan tomando café en mi zona de trabajo. Dejó su taza y me miró con severidad. De arriba abajo, para variar.

¿Es que no le gusté?

No es que me importe, pero igual se siente un poco feo.

-Dije que la puntualidad era importante y te has demorado. ¿Qué sucedió?- su tono de voz me caló hasta los huesos. Al igual que las miradas indiscretas de todos los demás.

-Buenas tardes, ¿cómo está usted?- pregunto de todos modos. Con amabilidad para llevar la fiesta en paz. Siempre es mejor así.

-Te he hecho una pregunta- murmura entre dientes.

-Y yo la he evadido- sonrío sarcástica. Si quiere guerra, guerra tendrá.

Al mirar su rostro (ojos color marrón oscuro escondidos por unas pestañas espesas, barbilla recién afeitada. Labios rosados y nariz afilada) pude darme cuenta que no tenía ganas de pelear como otros días. Era el verdadero rostro de un jefe enojado. No de un patán engreído.

-Llegué tarde porque su grosera recepcionista me dijo que era una harapienta que no merecía el puesto. Y no conforme con eso, no me ha querido decir en dónde estaba mi escritorio- grité y todos me miraron. Ahora sin disimular nada. Temerosos también voltearon hacia Armando que hipaba de furia.

De acuerdo, admito que me vi muy grosera, pero ¿qué hacía? Ya estaba hecho.

Me jaló con no tanta delicadeza y me metió a su oficina con rapidez.

-¡No me vuelvas a gritar!- gritó, para variar-. Soy tu jefe- aclaró. Como si no lo supiera ya.

-Si es mi jefe debería saber ya mi nombre- replico con molestia-. Merezco respeto de su parte y de todos los que trabajan aquí.

-Si quieres respeto, tienes que ganártelo.

-Lo siento, ¿sí? No era mi intención hacer este show- me disculpé con mi orgullo ya de por sí mal herido-. ¿Me podría mostrar por favor lo que tengo que hacer en mi trabajo?

Suspiró y se encaminó a su escritorio. Abrió un cajón y de ahí sacó un par de carpetas con muchas hojas.

-Tienes que contestar todas éstas hojas- ordenó-. Ahora puedes irte. Que no se vuelva a repetir lo de hace un momento- me miraba con severidad y un tanto de desprecio y sentí un nudo en la garganta por eso.

¿Por qué me odiaba tanto ese hombre?

Si fue porque le grité delante de todo su personal, ahora mis compañeros, pues ¡qué injusto!

-Está bien- abrí la puerta y salí como un rayo.

La señora Luisa (mi segunda jefa) comenzó a darme mi capacitación. Todo lo que me decía era fácil y sin embargo, no lograba enfocarme bien.


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