Él...

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-Abigail- susurré con un tanto de pánico.

No podía verme, hablarme, ni moverse, pero sí podía escucharme.

Se removió en su lugar inútilmente y luego vi una sombra a lo lejos.

-Sal de ahí- grité amenazante.

Entonces salió mi hermano, con una sonrisa perversa y su mirada de loco.

-Este no eres tú, Diego, tú odias esto. ¿Lo recuerdas?

-Te equivocas. Este soy yo- sonreía con orgullo-. Mi padre estaría orgulloso de mí, ¿no crees?

-Hermano...

-No me digas así, no soy tu hermano. Nunca lo fuiste. Siempre quisiste ser el mejor, siempre lo fuiste. Obtienes siempre lo mejor. Lo tienes todo y eso no me gusta. No te puedo quitar tu dinero, ni la empresa, ni siquiera el respeto que todos te guardan. Pero sí puedo quitarte a tu novia.

-No, a ella no la metas, ella no tiene nada que ver con esto-amenacé. La furia crecía cada vez más.

-¿Y qué me harás? ¿Golpearme? Es lo único que tenemos en común. Somos iguales, somos asesinos...- sonrió.

Se acercó a Abigail y de su bolsillo sacó una navaja.

Corrí, pero no me había dado cuenta que mientras yo hablaba con Diego, Carolina había amarrado con discreción mi pierna con una viga del lugar. Caí al suelo y desesperado le gritaba a mi hermano piedad.

No podía hacer nada.

Le encajó la navaja en la pierna y ella gimió con dolor. Lágrinas empapaban la tela que le cubría los ojos. Resbalaban por sus suaves mejillas.

Se estaba desangrando, perdía fuerzas. Esperanza.

Tomé la soga que amarraba mi pierna y con todas mis fuerzas la desaté, salté hacia mi hermano y mi puño se apoderó de su cara.

Mi hermano tenía razón, sólo eso teníamos en común.

No recuerdo qué pasó después, todo se tornó de color rojo y negro.

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Estaba en la cárcel.

Aquella noche lo había golpeado, él me suplicaba que parara, pero yo no podía.

Estaba tan enojado que no podía, la parte más oscura de mi ser me tenía encerrado. Él quería apoderase por completo de mi cuerpo.

Estaba a punto de matarlo cuando llegaron las patrullas. Carolina les había llamado, estaba asustada.

A mi hermano se lo llevó la ambulancia junto a Abigail. A mí me mandaron detrás de las celdas de este lugar solitario y sucio.

Llevaba ya un mes entero aquí.

Abigail vino a visitarme pero entonces le dije que ya no la quería ver, que ya no la quería a ella. Salió llorando y diciéndome que me odiaba.

Lo sé, fui un estúpido.

Mentí cuando le dije que no la quería, pero si no le decía eso, jamás se alejaría de mí. Ya no quería hacerle más daño. Hubiera sido un egoísta si la retenía a mi lado sólo porque yo la quería, sabiendo que ella sería infeliz y que viviría con miedo toda la vida.


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