Ella...

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Salí disparada al departamento de Armando, confiando en que él todavía estuviera ahí.

Se estaba haciendo de noche. El cielo tomaba el color anaranjado respectivo de una puesta de sol.

Iba tan absorta en mis pensamientos que no escuché que alguien me seguía. Apreté el paso pero lo único que logré fue caerme por una tonta piedra en el camino.

Estaba levantándome del suelo cuando sentí una mano fuerte en el brazo:

-¿Estas bien?- me preguntó el desconocido.

Cuando voltee me encontré con unos ojos verdes.

Era Diego.

-Sí, gracias. Soy muy torpe- le sonreí.

-Hace mucho que no te veo, linda.

Estaba despeinado, usaba ropa arrugada y su mirada era extraña.

-Sí, lo sé... Oye, tengo prisa. ¿Podemos hablar luego?

-Te acompaño, se está haciendo de noche-me jaló y comenzó a llevarme a rastras hasta su coche, que estaba aparcado justo enfrente.

¿Coincidencia?

Lo empujé, pero a la hora de hacer el esfuerzo, mi pierna se dobló y volví a caer.

Entonces esta vez no fue un ofrecimiento, si no una orden y me llevó a su coche.

Se veía diferente, era como un desconocido.

El muchacho rió y cuando prendió el coche, subió el volumen para que nadie me escuchara gritar.

-Para el coche, por favor- le suplicaba.

En el primer semáforo en rojo, aproveché para zafarme y salir del coche, pero él fue más rápido y me subió a sus piernas:

-No te vas a escapar, mocosa. Ahora eres mía.

Me golpeé en la cabeza y luego sólo había oscuridad.

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Cuando desperté, me dolía mucho mi cabeza.

Estaba en el suelo, pero no distinguí el lugar. Todo estaba en silencio, hasta que escuché unos pasos atrás de mí y una puerta chirriante abriéndose y cerrándose.

-¡Oh, ya despertaste!-me saludó Diego-. Ya era hora, ya quería que empezara la diversión.

-¿Por qué estoy aquí?-logré preguntar presa del pánico. Sentía un nudo en la garganta. Tenía ganas de llorar, pero no le iba a dar ese gusto al tarado que tenía enfrente.

-Porque eres mía, te traje aquí para mí. ¿No fue eso romántico?

Entonces sonó una risa escandalosa del otro lado del lugar.

-¿Verdad que somos inteligentes, primita? Caíste en nuestra trampa creyendo que en realidad Armando me había golpeado- rió más fuerte.

-Cállate- le gritó histérico Diego y acto seguido, mi prima se hizo ovillo en el suelo. Al parecer le tenía mucho miedo. Así que se vino a mi mente todo lo ocurrido según yo, hace a penas una o dos horas. Dependiendo de lo que duré sin conciencia.

-¿Tú la golpeaste, no?

-¿De qué estás hablando, idiota?

-Tú golpeaste a mi prima y la mandaste conmigo. Al igual que aquella noche en la fiesta, tú le echaste algo a la bebida que Armando se tomó, ¿no es cierto?

-Cállate, si es que no quieres que también a ti te golpeé- me amenazó.

-No me digas qué hacer.

Recibí una bofetada en la mejilla derecha. Entonces inevitablemente salió una lágrima.

-¡Oh, ternura!-dijo entre carcajadas Carolina, queriendo quedar bien con el loco.

Me sentía mareada. Me taparon los ojos y la boca. Sólo los escuchaba, estaban esperando algo.

¿Pero qué?

A lo lejos escuché un carro estacionarse. Comencé a gritar ayuda inútilmente ya que nadie me escuchaba por el pedazo de tela que tenía tapando mi boca.

Se abrió la puerta y de repente se iluminó la estancia.

Escuché una voz susurrando mi nombre y entonces supe que era él.


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