Ella...

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Ya estaba lista.

Llevaba mi vestido rojo y unos zapatos de tacón dorados al igual que mi bolsa. Me había agarrado mi cabello con unas pinzas que le habían pertenecido a mi madre y había dejado unos chinos sueltos.

Cuando me vi en el espejo, no me reconocía. Parecía otra persona, me veía más mujer, más como mi mamá.

-Creo que perderás la apuesta, querida-me había dicho mi madre al borde del llanto-. Te ves preciosa... tu padre estaría de acuerdo conmigo.

Verán, mi mamá y yo hicimos una apuesta hace aproximadamente un mes. Como veía que yo me estaba clavando con mi jefe (más que clavada), me apostó que en menos de un año, él sería mi novio. Era obvio que mi madre perdería la apuesta así que acepté. Yo le daría todos mis libros si perdía, pero si ella lo hacía me daría aquellas imágenes en las que salen mis nalgas de cuando yo era pequeña. Se las presumía a todo mundo y hacía que las personas que las veían ya no me vieran igual.

Era algo justo, equivalente.

Armando pasaría por mí en cualquier momento y yo moría de nervios.

¿Le gustaré así?

No sé qué siente por mí. A veces pienso que es lo mismo que yo, otras incluso más. Otras menos. Era imposible saberlo.

Cuando llegó me sonrió y me besó la mano, todo un caballero.

Él se veía como siempre. Su cabello estaba un poco despeinado, pero eso lo hacía ver más sexi.

Me condujo a su coche con su típica sonrisa lobuna y justo cuando llegamos, me tendió una cadenita con un pequeño corazón como dije. Le sonreí pues no era capaz de pronunciar palabra alguna. Me volteé y coloqué mi cabello a un lado, invitándolo a que me pusiera mi collar. Lo colocó en su lugar y con delicadeza acomodó de nuevo mi cabello.

Acercó sus labios a mi oído y murmuró:

-Te ves preciosa.

Volví a sonreír incapaz de nada salvo darle un beso pequeño en los labios (con lo que me sentí aun más valiente que otras veces) y después de eso me subió al coche.

Cuando llegamos yo ya estaba a punto de desmayarme del pánico. Estaba a punto de dar mi discurso pero no sólo era eso, vería a mi prima. Y eso era mucho peor.

<<Desde pequeñas me hizo la vida imposible.

Pequeñas bromas como ponerle jabón a mi cepillo de dientes. Después adueñandose del corazón del chico que me gustaba.
Metía a sus novios a mi recámara y ya borrachos querían acostarse conmigo, poniendo sobre mi cuerpo el suyo, sudoroso y mal oliente. Yo gritaba asustada y ella sólo se reía.
También robó en una tienda un vestido de fiesta de color verde azulado. Me echó la culpa a mí. Me metieron al reformatorio mientras llegaban por mí.
Mi madre trabajaba. Llegaron por mí una semana después.

Cuando papá murió, se burló de su aspecto ya en la caja. "Podrido, mal oliente y lleno de gusanos porque se lo merecía el muy cabrón", me había dicho.>>

Nos instalamos en una mesa mientras empezaba el evento. Tomé una servilleta y comencé a hacerla bolita y romperla en pedazos pequeños.

Armando se percató y me tomó de las manos, luego me dio un beso en la frente, obligándome a tranquilizarme.

Obvio lo logró, él lograba ponerme nerviosa o quitármelo. Era su don. Y me gustaba.

Estábamos platicando con un cliente frecuente de la empresa cuando vi a mi prima. Llevaba un vestido más corto que el mío.

La ApuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora