¿Una hoja que necesitaba para el trabajo? ¿Era en serio?
No se me ocurrió otra excusa mejor para saber si ese Mich era su novio, pero lo importante era que no lo era.
Llegué a mi coche más rápido que nunca. No puedo creer que le haya dado un beso. No fue en los labios, una lástima claro, pero aun así me gustó. Su piel era suave y cálida.
¿Qué me estaba pasando?
Ella tenía 18 años, yo 24. Era obvio que yo nunca le iba a gustar. Le parecía viejo, de seguro. Y amargado. Antipático. Feo.
Ella me odiaba.
Mi plan ya no me parece con sentido. Ya no quería llevármela a la cama para fingir una relación delante de mi hermano y Carolina el día de la fiesta. Ya no quería mostrar la imagen de un perfecto Armando Casas.
Y eso me preocupaba aun más. Porque entonces se darán cuenta de que soy un tonto. Un bueno para nada. Alguien que no tiene nada propio.
Tengo que dejarla en paz.
Pero, ¡Dios! Mañana estaría con ella toda la mañana. La vería probarse lindos vestidos.
No, me tengo que concentrar, tengo que comportarme sólo como su jefe. Porque sólo eso debo ser. No quiero lastimarla.
La dejo libre de mí. Se los prometo.
Llegué a mi departamento y caí rendido, soñando con ella.
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Llegué temprano a la casa de Abigail. Toqué el timbre un tanto nervioso y una señora guapa abrió la puerta:
-Bueno días, soy Armando-saludé.
La señora me sonrió en cuanto escuchó mi nombre y me saludó con un beso en la mejilla.
-¡Oh! Mucho gusto. Mi hija me ha hablado de ti.
¿De mí?
No pude evitar sentirme esperanzado.
Porque aunque ya la he dejado libre de mi plan ahora horripilante, quisiera tratarla como se lo merece. Quizá volverme su amigo, si ella lo desea.
En ese instante se asomó Abigail, me sonrió en cuanto me vio y le dio un codazo a su mamá:
-Hasta luego, madre- me jaló hacia el coche con rapidez. Al parecer avergonzada porque ahora yo ya sabía que era tema en sus conversaciones madre-hija.
La ayudé a subir y luego me despedí de su mamá con la mano.
-¿Así que le hablas de mí?- dije cuando puse en marcha el auto. No podía evitarlo.
-Sí. Le digo lo odioso que es mi jefe.
Já. Golpe bajo.
-Si yo tuviera madre, le contaría que hoy mi secretaria se ve estupenda.
Un golpe aun más bajo. Siempre gano.
Una risita nerviosa sonó dentro del coche y sonreí triunfante.
-¿Ya desayunaste?-pregunté para cambiar de tema.
-No, llegaste exageradamente temprano. Aún estaba dormida.
-No me eches la culpa, te dije que lo haría. Conozco un lugar en el que sirven desayunos deliciosos.
Abigail prendió la radio y dejó que sonara música "Rock". Intenté cambiarla pero ella me dio un manotazo.
Gracias a Dios llegamos a "Calandria", el restaurante que visitaba de pequeño con mamá. Estaba instalado en una plaza a la orilla de la playa. Hace mucho que no lo visitaba... para ser más exactos, desde que ella murió.
Cuando entramos, percibí el olor de siempre. Había pocos cambios en el lugar, lo que me pareció casi perfecto.
Nos sentamos en mi lugar preferido. El fondo, dando vista a la playa.
-Aquí el huevo con salchicha es delicioso- presumí tomando la cartilla de platillos.
-Soy alérgica al huevo- se excusó. -Prefiero hot-cakes.
-Interesante...
Desayunamos y platicamos un rato. Me gustaba platicar con ella, me hacía olvidar todo.
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Caminamos un rato por la playa antes de comenzar con las compras.
Tenía que prepararme mentalmente.
El viento le removía el cabello. Llevaba un short que dejaba ver sin vergüenza alguna sus piernas bien torneadas.
Hacía un día soleado, así que su piel brillaba con los reflejos del sol y el agua.
Nos quitamos los zapatos para andar más cómodos y los dejamos en una gran roca.
-¿Seguido vienes acá?- me preguntó.
-Hace mucho que no lo hacía, pero siempre me ha gustado.
-¿Y por qué hace mucho que no lo hacías? -su curiosidad a veces es exasperante.
-Porque he tenido mucho trabajo. Además, no tenía con quién hacerlo.
-Bien. A mí también me encanta, así que cuando quieras venir, puedes hacerlo conmigo.
-Entonces mi beso sí funcionó-bromeé.
-¿Qué? ¿De qué estás hablando?
Comencé a reír.
-Es broma- mentí. Creo que sí le molestó. Y eso me hizo sentir un tarado.
Un rizo se coló entre sus ojos. Se lo quité y lo coloqué detrás de su oreja. Sus mejillas se pusieron aún más rojas, si es que aún se podía.
Seguimos caminando juntos.
Bromeaba acerca de cualquier cosa y yo también lo hacía. Nuestras manos se rozaban pero ninguno de los dos hizo el intento de retirarse.Me sonreía y se volteaba cuando el rubor la delataba. Entonces pensé que era ésta mi oportunidad: me acerqué aún más y alcé con el pulgar su rostro, nuestros ojos se encontraron y entonces nos besamos. Bueno, la besé y después de lo que me pareció una eternidad me correspondió.
Fue un beso pequeño y tierno, lleno de esperanzas que dolían.
Tranquilo, Armando. Esto no significa nada.
Nos separamos enseguida, ella se miraba aturdida y al instante agachó la mirada.
-Este me gustó más- confesé. ¿Qué más daba? Ya estaba hecho.
Ella volteó de nuevo y me sonrió con timidez.
-Sí, siento lo mismo.
Sentir. Ella sintió lo mismo... ¿eso era posible?
Caminando, por fin llegamos a las tiendas de ropa.
Se probó muchos vestidos, pero ninguno la convencían. No me creía cuando le decía que todos le quedaban perfectos.
Al final, eligió un vestido color rojo, que entallaba su cadera y le llegaba a la mitad del muslo.
Se veía más que perfecta. Sólo por eso valió la pena tanto caminar.
Yo elegí un traje color negro con accesorios del color del vestido de Aby.
Mi querida Aby.