Ella...

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Estaba acostada en mi cama, muerta de cansancio.

Ningún vestido me convencía, de eso pueden estar seguros. Notaba que Armando se empezaba a desesperar y sólo por eso elegí el primer vestido que se me cruzó por la mirada. Era de color rojo, demasiado corto para mi gusto. Armando insistió en que ese me quedaba perfecto.

No debí confiar en sus gustos de hombre macho con testosterona hasta el tope.

¡Oh, Armando!

Nos habíamos besado, y no en la mejilla, ¡en la boca!

Sé que sonará tonto, pero ese fue mi primer beso. Nunca nadie me había dado uno. O yo no lo había permitido.

Así pasé el resto del sábado y todo el domingo:

Soñada y feliz.

El lunes llegué más temprano a la oficina pues no había tenido clases. Estaba trabajando con algunos reportes cuando el teléfono sonó:

-Tecnológica Casas, buenas tardes- saludé.

-Abigail, ven a mi oficina. Ahora.

Antes de tocar se abrió la puerta de golpe y Armando me jaló al interior.

-¿Carolina es tu prima?-preguntó en cuanto estuvimos a solas.

Un escalofrió recorrió mi espalda.

¿Carolina a qué venía a la conversación?

-Sí, supongo- contesté con nerviosismo mal disimulado.

-¿Por qué no me había dado cuenta antes?- rezongó.

Estaba alterado.

-¿Cómo la conoces?-pregunté con curiosidad.

-Eso no importa. Toma asiento.

Lo hice.

-Ella, bueno, su padre...tu tío... ¡Como sea!-se lleva las manos a la cara e intenta tranquilizarse. Decide continuar:- Era socio de esta empresa. Ayudaba mucho, así que de favor me pidió que su hija trabajara aquí. Yo acepté y le dejé el puesto que ahorita tú tienes.

-¿Y eso qué tiene de malo?-pregunté confundida. Algo sabía de eso. Que ella gracias a mi tío lo conseguía todo. Como un puesto que le dejaba dinero. Porque vaya que yo sí me lo gano. Y es genial.

-¿Qué tiene de malo?- preguntó sin entender-. Por razones que no te daré y que además no entiendo, me llegó a contar que su prima, que supongo eres tú, era odiosa. Ella te odia.

-El sentimiento es mutuo, no veo el problema- respondí despreocupada.

¿Eso lo tenía tan mal?

Pobre.

-¿Qué? ¡TE ODIA!....ella es capaz de hacer muchas cosas. Que si yo no lo sé, ¡claro que lo sé!

-No me da miedo- respondí con seguridad.

-Es que no quiero que te haga algo. Yo sé de lo que es capaz.

-Armando-me acerqué a él-. Ya me ha hecho mucho, no creo que me lastime como ya lo hizo. Yo también sé de lo que ella es capaz.

Rocé su mejilla con mis dedos sólo un poquito. Sentí demasiadas emociones al hacerlo que no sé explicarlo.

-No te preocupes por mí- susurré.

Tomó mi mano con delicadeza y la besó.

¡Dios! ... estaba enamorada de él. Era lo único que sabía con certeza.

Y ya no podía hacer nada para evitarlo. Ni quería tampoco.

Tocaron la puerta de la oficina y los dos saltamos de sorpresa.

-Es mejor que te vayas, comienza el discurso. Yo te ayudaré en cuanto pueda- me dijo conduciéndome a la puerta.

Salí de la oficina con muchas preguntas que sabía no me iba a poder responder.

Estaba claro que Carolina trabajaba ahí por su padre, pero, ¿por qué Armando la conocía de esa manera? ¿Le había hecho algo? ¿Por qué ella hablaba de mí? ¿Habrían tenido una relación?

No era de esperar que Carolina se haya enredado con él, a ella le gusta cazar chicos guapos. Lo que me preocupaba en realidad,  era si él la habría querido.

Sabía que con él yo no tenía futuro. Él era un hombre con futuro ya bien formado. Yo tan solo una chiquilla. Además, como me había dicho la anguila una vez, él no se quedaba con niñas como yo.

Porque era eso lo que era para él.

Pasé el resto de la semana intrigada y muy frustrada, ya se acercaba el día de la fiesta y por lo que entendí allí estaría el demonio en persona.

Mi propio demonio, también.

La ApuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora