Ya iba llegando a la cafetería cuando sentí un golpe en mi espalda. Cuando me volví, vi a una chiquilla tirada en el suelo y un libro abierto a su lado.
Iba vestida con harapos, parecía de unos 17 o 18 años.
Qué extraña manera de pedir limosna, pensé.
Le levanté la cabeza con mucho cuidado. Para eso, un grupo de personas ya se habían puesto alrededor. Uno me ofreció una botella de agua.
Le eché un chorro considerable a la cara de la joven y luego abrió los ojos.
Mentiría si dijera que estaba fea.