Él...

3.2K 247 3
                                    

Llevaba dos días de haber salido del hospital. No recuerdo nada desde que caí al suelo aquella noche.

Sólo que el bastardo de mi hermano se había unido a Carolina en donde las bebidas, y le ponían una sustancia rara a la que le estaban ofreciendo a Abigail. Recuerdo que me la tomé toda, y de ahí en más, nada.

Asistí a la oficina más tarde de lo habitual pues necesitaba descansar. Cuando llegué, ya estaban todos trabajando.

Mi buen equipo.

La verdad es que no éramos una empresa muy famosa ni mucho menos genial, pero era mía. Y lo mío lo cuido y respeto por siempre.

Abigail estaba sentada en su escritorio con una sonrisa en el rostro... debe ser por el tonto de mi hermano. Sólo recuerdo verla así de feliz aquella noche bailando con él.

Entré a mi oficina enojado.

Esa mujer había entrado en mi vida sin más y ahora se largaba con mi hermano.

Como lo hacían todas. Sin embargo, ésta era la única vez que me dolía tanto. La que me hacía sentir que de verdad no valía yo nada.

Tiré el vaso de agua que había tomado en un momento atrás y su voz retumbó en la estancia después:

-Armando...

Volteé y en efecto ahí estaba. Me miraba asustada y se acercaba con lentitud. Como si me temiera.

Di un paso atrás apenado:

-Debería estar solo...- me excusé.

-Lo siento- susurró dando un paso más hacia adelante.

-Es mejor que te vayas.

-No.

-¿No?

-Armando, lo de la otra noche...

-Calla, por favor- la interrumpí. No quería saber nada de aquella noche-. Si llegaste al menos a estimarme, por favor cállate y no expliques nada.

-No.

-No, no, no. ¿Siempre es negación para ti?- grité desesperado.

-No.

Me acerqué a grandes zancadas hasta quedar a centímetros de ella.

Quería imponer, pero por alguna extraña razón (su olor y sus pequeños pechos pegados en el mío) era ella la que me hacía temblar.

-Cuando te desmayaste, fuiste a dar al hospital -me explicó con la mirada en sus zapatos. Pero para nada estaba nerviosa o apenada.

-¿Y?

-Dijiste muchas cosas...

-¿Qué dije?

Por el amor de Dios, ahora quería que me lo explicara todo. Me volvía loco.

-A lo mejor no eran ciertas. Estabas borracho.

-Habla ya- me acerqué más hasta aprisionarla entre la pared y yo.

-S-sólo quería pedirte perdón por lo que te dije, nada más...

Esa disculpa me tomó desprevenido pues en realidad yo tendría que haberlo hecho. Pero no podía, no sin saber qué hizo con mi hermano, los celos me mataban.

-No tienes por qué disculparte, al menos de que hayas hecho algo indebido...

Me volteó a ver por primera vez. Su expresión fue más de sorpresa que de culpa:

-¿A qué te refieres con eso?- preguntó desafiante.

Y ahí estaba. Tan indecente como siempre.

-A lo que se te pegue la gana entender- murmuré entre dientes.

Me soltó un golpe en el estómago y corrió hacia la puerta. Lo bueno que no me había dolido y pude alcanzarla en el momento. La tomé de la cintura e hice que me mirara a los ojos:

-Abigail, me estás matando. Dime qué sientes por Diego...

-¿Es eso lo que te preocupa, idiota? Pues bien. ¡Nada! No tengo nada con él, y si sintiera algo, a ti no te importaría.

-¿Y qué sientes por mí?

Esa pregunta la tomó desprevenida. Rehuyó mi mirada y susurró:

-Nada. No siento nada por ti.

La solté sin ánimos y la dejé ir. Ya no había nada qué hacer.

Al menos agradecía que fuera sincera. Que no me mientiera. Que no me robara ya nada... aunque mi corazón yo ya se lo había dado. Y por alguna extraña razón no me importaba. Ella se lo merecía.

-Vete- ordené-. Necesito estar solo.

Escuché cómo echaba el pestillo de la puerta. Volteé para verificar que estaba completamente solo y al hacerlo, me estampé con su cuerpo.

Ella me abrazó fuertemente y yo hice lo mismo. Pensé que era un sueño pero volviendo a la realidad ella se encontraba a centímetros de mi boca y pensando que ésa era mi oportunidad (como si necesitara muchas), la besé.

La besé tiernamente con miedo de asustarla. Pero fue ella quien intensificó todo y la seguí al unísono. Enredé mis dedos en su cabello suave y con la otra mano la empujé más a mi cuerpo, quedando completamente unidos el uno con el otro.

Nos separamos, pero no nos soltamos. Puse mi frente en la suya y le dije lo que tenía que haberle dicho hace mucho:

-Estoy enamorado de ti.

Me sonrió y me dijo lo que tanto deseaba oír:

-Yo también.

Oh, Dios.

-Me mentiste- la acusé.

Rió y me volvió a besar.

Ella era mí indecente.

.............................................................

Los siguientes dos meses nos veíamos todos los días. Fuimos a ver películas, y luego nos besábamos, caminábamos en la playa y luego nos besábamos, íbamos a comer y luego nos besábamos, y así sucesivamente.

Jamás me había sentido tan feliz.

La ApuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora