¿Acaso me había dicho retrasado?
Y eso no era lo peor, me lo había dicho delante de toda una multitud de mujeres bellas.
No, no, no, nadie me dejaba en vergüenza de esa forma:
-¡Oye, disculpa muchachita! Te recuerdo que tú fuiste la que se estampó en mi espalda. ¿Tienes problemas de vista? Podría llevarte a un especialista.
La chica harapienta se volteó con mirada fúrica y sus mejillas se tornaron de un rojo intenso.
Esto se pondría bien. Nada como hacer enojar a chiquillas de su tipo: intensas, locas.
Son mis favoritas y no sé porqué.
-Te recuerdo que tú fuiste el que se paró de golpe en la banqueta. ¿Qué? ¿Acaso te dio miedo pisar a la pobre hormiga y como retrasado que eres la dejaste pasar?
-Oh, disculpe usted, niña de la calle- exclamé sarcástico.
-¿Cómo me llamaste?
-Niña de la calle.
Se abalanzó sobre mí y comenzó a golpearme el estómago. Por suerte esa pirruña me llegaba un poco más debajo de los hombros. La tomé por la cintura y la abracé con fuerza:
-Oh, mi amor. Tú siempre tan romántica- exclamé divertido. La niña comenzó a removerse como una lombriz hasta que logró zafarse. Antes de otra cosa, le tendí la mano y me presenté:
-Me llamo Armando. Me disculpo de todo lo ocurrido.- Di media vuelta y me alejé a mi próximo destino como si nada hubiera pasado. Dejándola histérica y a mí, victorioso.
Después de todo no me pidió dinero.