Ella...

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 ¿Una fiesta? Sabía que la empresa cumplía 50 años, pero no sabía que yo tenía que participar.

Era una simple secretaria.

Nunca me han gustado las fiestas. Nada de ponerme vestidos elegantes y caros, con peinados extravagantes. Nada de bailes y mucho menos que yo de un discurso. ¿Qué se suponía que iba a decir?, ¿con cuántas personas me pondría en vergüenza?

En el camino de la oficina al coche me pasó un escalofrío por la espalda, estaba fresco allá fuera.

Armando lo notó y me puso encima su saco, lo que me encantó sobremanera. Me encantaba su olor... no olía como todos mis compañeros de la escuela. Él sí olía a hombre.

Me abrió la puerta del copiloto y me ayudó a subir. Se acomodó en su lado y encendió el motor, pero no arrancó. En cambio, se volteó y me hizo la pregunta más inesperada:

-¿Michael es tu novio?

No sabía si eran inventos míos, pero juro que se notaba nervioso.

-¿Qué? ¿Por qué lo pregunta?

-Contesta primero mi pregunta, lo ordeno.

¡Já!

Me le quedé viendo fijamente. Él era mi jefe sí, pero fuera de la oficina era sólo un chico normal... y más guapo. No podía ordenarme.

-No puedes obligarme- contesto con decisión.

-Sí puedo. Ahora contesta, o no te llevaré a casa temprano- sonrió como si con eso me ganara.

-Pues me voy caminando.

-Vamos, Aby, sólo contesta. Es algo que tengo que saber para una hoja que tengo que llenar, nada más...

-Bien... No, no es mi novio. Es sólo un buen amigo.

Noté el alivio en sus ojos. Se volteó de nuevo al volante y puso en marcha el automóvil. No mencionamos palabra en el camino. Con él no necesitaba sacar conversaciones, nuestros silencios no eran incómodos... así que me relajé y dejé que mi imaginación volara.

Un baile con él, sonrisas discretas pero con mucho sentido... un beso robado.

No noté que me había quedado dormida hasta que una mano cálida me movía ligeramente.

-Aby, ya llegamos.

-Lo siento- le contesté adormilada.

-Está bien.- Antes de que yo pudiera decir otra palabra, me levantó entre sus brazos y me condujo hasta la puerta de mi casa de esa manera.

Me bajó con cuidado y con la luz de su celular iluminó el espacio para que yo pudiera encontrar el picaporte y pudiera entrar.

-Gracias, Armando- le sonreí tímidamente cuando por fin pude abrir la puerta.

Entonces él se acercó y me dio un beso pequeño en la mejilla.

Antes de que pudiera hacer otra cosa, él ya se había alejado y se dirigía a su automóvil.

Sentía hormiguitas en la mejilla donde me había dado el beso. Fue tierno y electrizante.

Me acosté en mi cama y al instante me quedé dormida, soñando con él.

La ApuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora