Como de costumbre luego de cada show despertó pasadas las diez de la mañana y con la creciente sensación de estar más sola que de costumbre, quiso pensar que se debía a la ausencia de Sarita en la casa, a quien le había dado unos días libres desde el día anterior, y no que se debía a alguna tristeza acumulada por tener que despedirse de los escenarios, aquel pensamiento derrotista tenía decidió aniquilarlo ese día. Luego de cumplir con su habitual rutina mañanera y con el estómago exigiéndole, aunque fuera un vaso de agua, se vio obligada a visitar el lado oscuro de su casa... la cocina. Solo fue cuestión de entrar a la habitación para sentirse perdida, no entendía el por qué si desde su llegada a ese hogar había dedicado horas a la decoración de aquel espacio y se había esforzado en hacerlo muy suyo sin embargo ese lugar y ella nunca encajaban del todo.
Empezó revisando los cajones en busca de algo que no tuviera mucha preparación, pero los encontró repletos de cosas que ni siquiera sabía que existían, continuó con la nevera y al igual que los cajones estaba llena de cuanta cosa Sarita compraba para preparar sus exquisiteces y ella sin siquiera poder preparar un par de huevos revueltos. Ante la ausencia de su adorada Sarita decidió dejar de pensar en lo que no podía hacer y por el contrario concentrarse en lo que si podía, claro que opto por lo fácil, lo necesario para "sobrevivir", un tazón de leche junto a su cereal favorito a falta de su licuado verde, un poco de fruta y el ultimo vaso de jugo de naranja por si se le antojaba comer un poco de pan — ¡Perfecto! — pensó. En realidad la salida fácil era ir a visitar a su hermana Isabel pero imaginó el panorama y no le gustó del todo, seguramente su hermana estaría paseándose por la casa con una caja de kleenex en cada mano y aunque había aguantado todo el día anterior escuchándola sollozar a escondidas mientras ella luchaba internamente por no quebrarse e intentaba darle ánimos cada vez que se topaba con ella durante los ensayos, esa mañana no se le apetecía, no se sentía dispuesta a animar a su hermana y recordarle que habían tomado una buena decisión, por el contrario sentía la gran necesidad de que alguien se lo dijera a ella, tantas veces como para creer que en realidad ese adiós a la música había sido lo mejor.
Lo restante de la mañana pasó en un abrir y cerrar de ojos, sin la más mínima preocupación, a excepción de cuando cayó en cuenta que eran pasadas las dos y se vio nuevamente debatiéndose con que se podría alimentar, la campana la salvó, por lo menos así lo sintió cuando la puerta fue tocada, se le hizo extraño porque nadie pasaba a su casa sin ser anunciado al menos que fuera de su familia — ¿Isabel? ¡ay no! — pensó — pero ¿y sus llaves? —. Caminó hasta la puerta y al quedar frente a ella se asomó por la mirilla, pero se llevó una sorpresa al no encontrarse a nadie, sin embargo, abrió la puerta para revisa si habían dejado algún paquete, pero lo que se encontró fue a un pequeño niño observándola con una dulce y familiar sonrisa pintada en su rostro que inmediatamente le recordó a uno de sus sobrinos.
— Hola — sonrió ella poniéndose a la altura del pequeño y tomando la manito que él le ofrecía a modo de saludo — ¿buscas a alguien?
— Tú — mencionó señalándola.
— ¿Yo? — cuestionó. Extrañada miró hacia el pasillo y en el divisó a un "pobre" hombre caminando hacia ellos con un bolso de cada lado y un pequeño "bultito" en brazos — ¡Manuelito! — saludó ella volviendo su vista al niño — pero si estás enorme corazón — acarició su mejilla y el niño sonrió apresurándose a entra al ser reconocido.
— Hijo pide permiso — mencionó su padre mientras se acercaba.
—¿Puedo pasar? — se escuchó desde adentro.
— Si — rió Mayte y se levantó recobrando su poca altura, pudo divisar al pequeño tomando asiento en su sillón favorito, en definitiva, le recordaba a Joss.