Envidia

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Crowley sabía que a Beelzebub le había pasado algo bueno. Lo conocía demasiado bien como para no notar las señales, tanto más obvias por ser su compañero de banco. Se lo veía risueño y más distraído de lo usual, ajeno al mundo, con una sonrisa leve que indicaba buenos recuerdos. De hecho, en clase de biología lo sorprendió dibujando corazones en el borde de sus hojas. Aquello debía haber sido mejor de lo que él pensaba, y con discreción decidió espiarlo. Durante dos días se fijó en cada movimiento que daba Beelzy y no lo vio hacer nada raro, pero lo que si vio fue a Gabriel rondando por el baño abandonado del primer piso. Tres veces. Y en una ocasión en que él y Beelzebub pasaron a su lado, los ojos del secretario se fueron solos hacia el pelinegro.

"No puede ser" pensó espantado. "¿Qué rayos pasó entre ellos? ¿Acaso...?"

-Ey, Beelzy... ¿de verdad no vas a decirme?

-¿Decirte qué?

Crowley bajó la voz.- Que fue lo que pasó entre Gabriel y tú. ¿Te le declaraste? ¿Él se te declaró a ti?

-¿Cómo se te ocurre? No pasó nada de eso.

-¿Se besaron o algo así? ¿En el baño donde fumamos?

-Por Satán, no...- aunque lo negó, se puso tan colorado que a Crowley la realidad le cayó de golpe en la cabeza, y supo que su amigo había logrado lo que siempre había negado desear: besarse con Gabriel, su amor prohibido, el director tácito de la escuela. Una parte suya sabía que debía felicitarlo, pero otra gran parte suya solo pudo dejarse envolver por la envidia. ¿Por qué Beelzebub, que no se había esforzado en lo absoluto en conquistar a su hombre, había logrado comérselo en el baño, mientras él que se desvivía apenas había logrado incitar la lástima del profesor Azira? No soportó esa idea, y decidió irse antes de cometer una injusticia con su amigo.

-Debo hacer unas cosas. Te veré al rato.

-Crowley, escucha...- Beelzebub se sintió culpable por la expresión herida del pelirrojo, sabiendo como sabía lo mucho que deseaba hacer lo mismo con su respectivo enamorado. Pero, antes que pudiera hablarle de algo, Crowley ya se había marchado dejándolo con la palabra en la boca.

"¡No es justo!" pensó una y otra vez como un niño malcriado, imaginando a Beel en brazos del alto secretario. "Yo quiero eso... quiero al profesor Azira, ¡quiero tanto poder besarlo y dedicarle corazones en mi carpeta! Yo... lo amo..."

Una humedad extraña mojó su rostro y cayó en la cuenta que estaba llorando, de pura rabia y desesperación. Al mismo tiempo se dio cuenta que había llegado hasta la oficina de su profesor, que justo iba de salida. Zira se quedó estupefacto al ver a Crowley con una expresión terrible y lágrimas en la cara.

-Crowley, ¿qué te pasó...?

Crowley no fingió está vez. Genuinamente lo abrazó y lloró en su hombro, buscando deshacerse de esa envidia malsana y esa frustración que le impedía actuar como él mismo. Él no se deprimía. Él siempre era fuerte. Zira, enternecido, lo ayudó a pasar y retrasó sus planes, para nada dispuesto a abandonar al atribulado joven.

Soy tu Julieta 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora