Un momento de paz.

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Me quede perpleja ante tal visión, ¡Era guapísimo! Su tez tostada por el sol, la ligera barba castaña que le ensombrecía el mentón, barbilla y algo de sus mejillas, sus labios gruesos más claros que su piel, aquella cicatriz que iba desde el inicio derecho de su nariz hasta un poco más debajo de la comisura de los labios, sus facciones eran varoniles y bien esculpidas pero lo que más me encantaba eran sus ojos dorados, como la miel, o como la luz del sol.

-¿Qué tanto me miras?- preguntó con brusquedad en su lengua natal, que para mi sorpresa logre comprender y me sorprendí a mí misma, observándole sin pudor aparente, casi babeando mientras mis mejillas se coloreaban de un rojo intenso-¿Qué observas?- volvió a interrogarme.

-Y-yo... yo... yo solo-di un paso hacia él, eso basto para que desenfundaran sus espadas en mi dirección como si fuera una verdadera enemiga-Wow, calmados muchachos, no nos pongamos hardcores-todos allí me miraron raro por tal expresión-No soy su enemiga...- bien ¿Y ahora? ¿Cómo explico mi llegada a Masyaf?-Simplemente... mataron a mis padres en el camino, lo primero que hice fue correr y llegue aquí-explique, mientras me obligaba a quebrar la voz y a que lagrimas se acumularan en mis ojos, sí, eso es convincente.- No vengo armada, si quieren regístrenme-Al Mualim miro a su Asesino consentido, hizo un ademán con la cabeza en mi dirección y al instante sentí como me abría las piernas, me levantaba los brazos y comenzaba a revisar mi ropa. Me sonroje intensamente cuando sentí sus manos en mi espalda y piernas.

Cuando acabo su inspección con lo único que dieron era mi celular y gas pimienta que me regalo Ileana por protección, tuve que demostrar el funcionamiento de ambas cosas. Casi me matan cuando probé en un novicio el uso del gas pimienta, pero al ver que estaba bien, bueno, solo recibí su mirada de odio, otras miradas confusas, pero otras intrigadas y una que otra risa traviesa.

Me llevaron al Jardín del Edén, el patio donde estaban todas las mujeres las cuales fueron las encargadas de limpiarme para luego entregarme una muda de ropa, la cual no me gustaba pero no podía hacer nada. El vestido que me dieron era de un azul un tanto oscuro, era lindo pero me moría de calor, mangas largas y colores oscuros, mala combinación. Las mujeres se habían ido, no sé a donde así que estaba allí sola, cepillando mi enmarañado cabello mientras le untaba algo de aceite de jazmín, el más común por lo que veo.

Cuando mi cabello ya estaba arreglado, me tome la pequeña libertad de ir hasta el jardín inferior, me apoye en la baranda de piedra mientras observaba el horizonte, como la tenue brisa acariciaba la piel mientras llevaba los olores de la montaña, el césped fresco bajo mis descalzos pies, la cálida luz solar, el correr del rio, perfecto, solo eso. La atmósfera se vio rota cuando un leve carraspeo me interrumpió.

-Se hace tarde, las mujeres deben regresar a casa-La voz autoritaria de Altaïr me sorprendió, aun bajo la capucha sentía su mirada seria. Por más que intente no logre contener un bufido mientras rodaba los ojos.

-No tengo casa a la cual regresar y, por si fuera poco, no comparto tus costumbres machistas, tengo tanto derecho como tú a estar aquí el tiempo que me plazca y a la hora que me plazca-conteste molesta, tomando al sarraceno por sorpresa pero ya no dijo nada, solo se quedo callado a mi lado, mirando el horizonte tan ensimismado como yo.

Se apoyó a mi lado, lo podía palpar en el aire de manera muy tenue...estaba desconcertado por mi culpa ¿Y cómo no? Si en su época las mujeres son delicadas y sumisas.

De repente solo sentí su mirada dorada sobre mí y su mano, tan áspera como callosa, tocar mi antebrazo-Ya es tarde, debes descansar... te guiare a tu alcoba, por ahora permanecerás en la fortaleza con los demás-la noche se aproximaba y el frío nocturno no era especialmente agradable.

Me guio por unas estrechas escaleras de piedra en forma de caracol, subíamos y subíamos, parecía de no acabar-Joder-susurre agotada observando asombrada una sonrisa de medio lado por parte del sarraceno ¡Sonrió, me sonrió! El resto del trayecto tuve una sonrisa de tonta en la boca.

Cuando por fin llegamos a la punta del torreón más alto de la fortaleza, me desconcertó el observar únicamente una sola habitación, con una amplia cama, escritorio de madera, un baúl y una ventana bastante grande de la cual, curiosamente, el soporte triangular característico de las atalayas estaba presente, pero para variar, había una gran águila posada allí, durmiendo plácidamente.

Mire a Altaïr, cruce mis brazos frente al pecho y lo mire enojada-no dormiré en el piso cual perro-reclame, y de nuevo esa sonrisa de lado se formó en su rostro.

-La cama es lo bastante amplia para los dos, pero si no te agrada la idea, puedo dormir en el suelo con algunos cojines-la anterior sonrisa fue remplazada por un gesto de total seriedad. Suspire.

-La mitad de la cama es tuya y la mitad, es mía-me tumbe de lleno en mi mitad, el cansancio mental que sentía me superó y caí dormida, por un buen rato.

Entre la realidad y la realidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora