Al día siguiente me desperté en una habitación sola, iluminada únicamente por el sol.
Calculé que eran las 10:00 de la mañana aproximadamente, así que debía levantarme para ayudar a mi madre.
Me toqué la cara, porque sentía una sensación extraña al parpadear, y noté que tenía lágrimas secas. Eso me devolvió todos los tristes recuerdos de la noche anterior.
Sabía que mi madre estaría enojada. No debí haberla contradecido. Debía haber ido a defender a Dios.
Recé por unos minutos y luego salí de la habitación.