Ahí estaban de nuevo. Lo único que se veía en la oscura noche era el fuego de las antorchas que rodeaban la casa en la cual se encontraba "la bruja".
Lo único que se percibía en el pueblo era odio y miedo.
Terror y furia. Sentimientos peligrosos. Aunque, a fin de cuentas, todos los sentimientos son peligrosos.
Aunque todos en el pueblo estaban participando del destierro, yo me negaba rotundamente a participar de tal acto atroz.
Sentía que la religión había consumido a las personas con las cuales crecí toda mi vida. A tal punto de dejar sin hogar a una señorita, argumentandose a base de sospechas y suposiciones.
Pero aún así no podía quejarme. Después de todo, ¿quién era yo para reclamar ante la palabra de Dios?