Capítulo XXX: Vuelta a la vida.

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La eléctrica sensación recorrió la espina dorsal de Jimin con rudeza mientras los restos del orgasmo se desvanecían lentamente de su cuerpo.

Taehyung acarició su cabello negro antes de caer rendido detrás suyo.

—Honey, debes ir a descansar. —ordenó el heredero antes de levantarse de la gigantesca cama.

El tatuaje de halcón resaltaba en su blanca y tersa piel, rodeado de varios cortes que todavía no cicatrizaban.

—Por favor, déjame quedarme con ustedes hoy. —suplicó Jimin mientras se arrodillaba en el colchón, acercándose al borde y a Jungkook. —Dormí durante dos días enteros, ahora realmente quiero estar con ustedes...

El heredero sonrió de lado mientras dejaba que Jimin le abotonara la costosa camisa negra.

—Tienes suerte de que hoy haya sido suave contigo. —Jungkook deslizó su frío dedo por la cicatriz en el pecho de Jimin.

Luego de la magistral entrada de Jeno y Hyunjin en la mascarada, alguien había logrado golpearlo a tal punto de dejarlo inconsciente.

Durante dos malditos días.

—Así que no me desobedezcas, irás a dormir a la enfermería ahora. Es mi última palabra.

Jungkook apretó un poco la mandíbula de Jimin antes de acercarse y rozar la boca del chico con sus labios.

El pelinegro intentó hacer pucheros, pero no sirvieron de nada, sólo para arrancar una risa de la garganta de Taehyung.

Eso había sido una orden, así que luego de besar al peliverde, Jimin se encaminó hacia la enorme habitación que Jungkook había impuesto como el lugar de descanso y cuidado para todos los heridos que pertenecían a él.

Jimin atravesaba los largos pasillos de la mansión de las colinas mientras que intentaba, pero sin mucho éxito, mantenerse lejos de los últimos sucesos ocurridos en ese lugar.

Todo había cambiado desde aquél día .

A pesar de que Jungkook había ordenado que repararan todo aquella misma noche, todavía quedaban marcas a la vista de Jimin.

Ese gigantesco salón nunca volvería a ser el mismo.

Eran como cicatrices, como heridas todavía abiertas, que todavía no dejaban de sangrar.

Y le dolían, claro que le dolían.

Si cerraba los ojos todavía podía sentir el olor a pólvora.

Podía sentir la adrenalina recorriendo sus venas, los nervios, la angustia.

Podía sentir el sabor amargo y metálico de la sangre  en su boca.

Podía oír los gritos desesperados de la gente suplicando por su vida, los horribles graznidos de cientos de personas siendo cruelmente asesinadas.

El pelinegro intentó ahuyentar los oscuros pensamientos que venían a derrumbar su momentánea tranquilidad mientras aceleraba el paso.

—Maldita sea... —Una vez que estuvo frente a la enorme puerta de hierro blindado, Jimin llevó la mano hacia su cabello, peinándolo hacia atrás, mientras que golpeaba suavemente con los nudillos. —Wonho, soy yo.

Luego de unos segundos de silencio sepulcral, una mirilla en la puerta se abrió, permitiéndole ver unos ojos oscuros, los cuales Jimin ya conocía perfectamente. Estos le devolvieron la mirada y desaparecieron rápidamente tras volver a cerrarse.

La horrible puerta parecía de una cárcel de máxima seguridad, pero era lo que delimitaba el sector que había sido destinado para el cuidado de todos los heridos de la fiesta.

The Hills 📍 GANG AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora