CAPÍTULO 22

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Puesto que –afortunadamente- Damián no había sido el responsable de los robos, tenía que seguir haciendo de policía. Les había dicho que ya no iba a registrar a nadie más, pero no me quedaba más remedio que seguir haciéndolo. Abrí la puerta para hablar con ellos, dejando que Damián saliera a reunirse con sus compañeros.

- ¿Él era el ladrón? – preguntó Borja.

- No. Pensé que había encontrado el compás, pero me equivocaba, así que tenemos que seguir buscando. Eso y la figurita de Javier.

- ¿Pero quién va a querer robar esas cosas? - protestó Óliver. – No es nada de valor. ¿Seguro que Benja no perdió el compás y ya?

- Benja pudo haber perdido el compás, pero ya es mucha casualidad que apareciera también una navaja escondida en este cuarto, que a Borja le desapareciera el libro para aparecer en otro lado y ahora el muñeco de Javier.

- No es un muñeco – se quejó Javier.

- La figurita. Perdona. El caso es que son ya demasiadas cosas para pensar que fue casualidad, Óliver, pero nada me gustaría más que estar equivocado.

- Ya terminé mis deberes, quiero ir a jugar al baloncesto con los de segundo, no estar aquí esperando a que revuelvas entre nuestras cosas – siguió protestando Óliver. Entendía que aquello fuera terriblemente aburrido para ellos.

- No revuelvo... Pero hay que resolver esto primero.

- Deja de quejarte ya, estúpido, acabarás por hacer que se enfade – intervino José Antonio.

- ¡No dije nada malo! ¡No tenemos por qué estar aquí si no hicimos nada! – se defendió Óliver.

- Pues si él dice que estemos, tendremos que estar – replicó José Antonio.

- Uy, ¿ahora te has vuelto el favorito del profe? – le recriminó Wilson.

- No, pero no me apetece que me castigue como hizo antes contigo – le cortó José Antonio.

- ¡Cállate!

Estaban inquietos e impacientes por el aburrimiento y por eso empezaban a picarse entre sí. Tenía que frenar aquello antes de que fuera a más.

- A ver, vale ya. No voy a enfadarme con nadie por expresar su opinión. Ya sé que quieres irte, Óliver, pero os necesito un rato más aquí, ¿de acuerdo?

El chico asintió, obediente, y suspiró. Me centré entonces en José Antonio y en Wilson, que parecían a punto de enzarzarse en una pelea más seria. Wilson miraba a su amigo dolido, seguramente por haberle recordado el castigo.

- Bueno, vosotros dos, ya está, no pasó nada. No vayáis a pelear por una tontería.

- ¡Pues que no me provoque! – dijo Wilson.

- ¡Que no me provoque él a mí!

- Dije que basta –les regañé.

Le lancé una mirada significativa a Wilson porque había tenido un pequeño atisbo de su carácter y sabía que saltaba a la mínima. Con José Antonio había hablado bastante poco en mi escaso tiempo en el internado. Era un chico muy pecoso, de estatura media aunque con el rostro bastante aniñado, lo que por otro lado era bastante normal, porque para mí no eran más que niños. Me fijé en que tenía los labios muy cortados, tendría que serle incluso molesto.

- José Antonio, ven conmigo, tengo algo para tus labios – le dije, y le guié hasta mi cuarto.

El chico me siguió con cierta desconfianza y se puso nervioso cuando me vio abrir un cajón, pero se relajó visiblemente al ver que solo sacaba un poco de cacao.

El ángel entre las rejasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora