CAPÍTULO 17

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Cuando el timbre sonó, marcando el final de la clase, los chicos no salieron corriendo al baño ni se apresuraron por guardar los libros. No tuve claro si era porque había conseguido captar su atención en aquella primera sesión o porque estaban bien acostumbrados a ignorar el timbre si el profesor seguía hablando. Me limpié las manos de tiza y les sonreí.

- Muy bien, mañana seguiremos. Que tengáis un buen día – me despedí. Entonces sí comenzaron a salir de la clase o a hablar entre ellos.

Mientras recogía mi chaqueta y mi maletín, noté que alguien se acercaba a mi mesa. Al levantar la cabeza vi que era Lucas. Me alegré de que viniera a hablar conmigo, porque yo tenía pensado ir a buscarle más tarde para lo mismo.

- ¿Cómo estás? – le pregunté. Durante la clase le había visto sorprendentemente centrado, aunque también le noté incómodo en la silla. Me hubiera gustado ofrecerle un cojín para sentarse, pero no sabía sí con eso le ayudaría o le avergonzaría aún más frente a sus compañeros.

Lucas se encogió de hombros, como intentando restarle importancia. Esos chicos parecían demasiado acostumbrados a que les trataran así...

- En realidad venía a hablar de otra cosa – me explicó.

- ¿Ah, sí? ¿De qué querías hablar?

- Bueno, de dos cosas – rectificó. – Lo primero es sobre la clase de hoy. He llegado tarde, así que no sé cómo ha surgido la discusión esa sobre el poder, los dictadores y demás... - empezó. Me tensé un poco, porque habíamos estado hablando de él y si se enteraba tal vez le hiciera sentir mal. – Pero no estoy de acuerdo con la conclusión a la que habéis llegado – sentenció.

Gran parte de la clase había consistido en continuar esa conversación y luego habíamos hablado de algunos grandes dictadores o emperadores de la historia, a modo de introducción de las distintas épocas que íbamos a estudiar. No era exactamente la introducción que había planeado, pero creo que había conseguido despertar el interés de los chicos.

- ¿A qué te refieres, exactamente? Hemos llegado a muchas conclusiones...

- Sí, pero cuando entré, eso que estabais diciendo sobre que una sola persona tenga el poder... ¿No es justo lo contrario lo que pretende la democracia? ¿Que el poder no lo tenga una persona solo, sino todo el pueblo?

Me senté en la mesa, divertido y contento ante la idea de que un alumno quisiera seguir debatiendo sobre algo después de clase. En serio, como profesor de historia, estaba más acostumbrado a las bostezos que a otra cosa.

- Depende de a qué llames democracia. Lo que hoy en día se llama democracia no lo es, son gobiernos representativos. La auténtica democracia era la de los griegos, y era bastante diferente, por más que la gente se empeñe en identificar una cosa con la otra. Lo veremos en clase dentro de poco, pero en lo que hoy llamamos democracia el verdadero poder no lo tienen los ciudadanos, sino los representantes que eligen los ciudadanos. Representantes que, en mayor o menor medida, toman decisiones por nosotros. Decisiones con las que no siempre estamos de acuerdo, pero no tenemos mecanismos para frenarlos, nada más que las elecciones, que son cada varios años y por lo tanto muchas veces no llegan a tiempo. Por eso les decía también a tus compañeros que nadie debería tener el poder durante mucho tiempo.

- Ya, pero entonces ¿qué hacemos? ¿Elecciones cada mes? Menudo gasto de dinero y además así no se puede hacer nada. Las leyes, los cambios, necesitan tiempo para hacerse. ¿Cómo se lo montaban los griegos?

- Yo no he dicho que su solución fuera la mejor. Con los griegos, solo los hombres mayores de veinte años podían votar. Ni mujeres, ni esclavos, etc. Solo digo que lo que ellos llamaron democracia no es lo mismo que lo que nosotros entendemos por democracia y convendría tenerlo claro. Lo que ellos hacían era una asamblea a la que podían ir todos los ciudadanos, en donde el "político de turno" proponía una ley y ellos votaban para aceptarla. Cada votante se representaba a sí mismo, así que los "políticos" ya no eran representantes, sino solo cargos. Y esos cargos no eran elegidos por la gente, sino que eran seleccionados por sorteo, entre aquellos que demostraran estar preparados. Así nadie podía decir que le habían otorgado el poder: el poder era prestado, le había tocado por suerte. Pero ellos eran muchas menos personas de las que hay hoy en día en las ciudades. Se conocían entre sí; hoy es imposible que conozcamos a todas las personas de nuestra ciudad, a nada que esta sea medianamente grande. Algunas tienen millones de habitantes. Sería imposible hacer una asamblea en la que estuviera todo el mundo, por eso tenemos que elegir representantes. Y con tanta gente, es más difícil controlar quién se presenta y elegirlo por sorteo. Además, está el pequeño asunto de que los griegos no se andaban con tonterías: si desempeñabas mal el cargo, podías acabar muerto. Y hombre, a muchos les haría felices ver muertos a los políticos corruptos, pero no es plan. Matando gente no se soluciona nada. Así que como ves, su sistema tampoco era perfecto. Y estoy de acuerdo contigo en que no sirve de nada elegir un presidente cada mes, y quizá tampoco cada año. Tan solo planteo preguntas y problemas, para que os cuestionéis las cosas y no os conforméis con lo que hay sin saber con qué os estáis conformando. Para eso sirve la historia: para saber qué nos ha llevado a ser cómo somos. Qué errores y qué aciertos se han cometido.

El ángel entre las rejasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora