Las rejas del internado eran un par de metros más altas que yo. Sabía que era necesario proteger el lugar para que nadie entrara o saliera sin permiso, pero en ese momento no pude evitar pensar en las semejanzas que ese lugar tenía con una cárcel. Yo jamás hubiera enviado a mis hijos allí... Aunque quizá, de haberlo hecho, las cosas hubieran resultado de otra manera.
Suspiré y cogí ánimos, porque ya no podía retrasarlo más. Llamé al timbre y esperé pacientemente a que vinieran a abrirme la puerta. Un señor bastante mayor, con aspecto de llevar allí casi el mismo tiempo que el edificio vino a recibirme, y me guió por los jardines hasta la puerta principal. Me condujo también por el interior del edificio, hacia una salita con aspecto de sala de espera. A la derecha había una puerta donde se podía leer en letras negras sobre fondo dorado "Sr. Bennett. Director". El hombre que me había guiado, con el cual había intercambiado tan solo un par de palabras, me anunció y me indicó que aguardara allí hasta que pudieran atenderme.
Esperé en una silla hasta que la puerta se abrió, y entré en el despacho del director del internado. En la silla había un hombre de unos cincuenta años; bien conservado, aunque con el pelo totalmente gris, lo cual le daba un aspecto distinguido.
- Víctor. Puedo llamarle así, ¿verdad? – preguntó, y me tendió la mano a modo de saludo, poniéndose de pie. Se la estreché con un asentimiento. No tenía problemas con que usara mi nombre de pila.
- Espero no haber llegado demasiado pronto – me excusé, consciente de que me habían citado a las doce de la mañana, y apenas eran las once.
- En absoluto, así tendrá más tiempo para instalarse, antes de conocer a los alumnos.
Me indicó con un gesto que me sentara en una silla enfrente de su escritorio, y así lo hice. Sorprendentemente no estaba nervioso, quizá porque sabía que ya había dejado atrás las entrevistas y que por fin había conseguido un puesto de trabajo.
- Bien... ¿Ha sabido llegar? ¿Algún problema para encontrarnos?
- No, todo estaba bastante claro.
- Le agradezco la rapidez con la que ha accedido a incorporarse.
El curso había comenzado la semana pasada, pero el anterior profesor de Historia había sido súbitamente despedido por conductas inapropiadas. No sabía qué era exactamente lo que había hecho, pero me había propuesto averiguarlo enseguida para no caer en el mismo error.
- Soy yo quien le agradece esta oportunidad.
- Iré al grano, Víctor... Ya sabe que usted dará clase a los dos últimos cursos: alumnos de dieciséis años en adelante. Pero, como le dije, tendrá que hacerse cargo también de uno de los dormitorios. Hay una vacante en el dormitorio del último curso, que era el puesto de su antecesor, y también en el de los chicos del primer año...
- Póngame ahí – le interrumpí. El director me miró algo sorprendido.
- Son niños de once y doce años – me indicó.
- Ya lo sé.
- Bueno... supongo que... hasta cierto punto es mejor que no sea el guardián de los mismos alumnos a los que da clase.
Guardián. La palabra me sonaba tan... inadecuada. Como si los muchachos fueran perros que necesitaran un vigilante.
- Creo que se me dan mejor los chicos de esa edad – comenté.
- Le advierto que es una edad complicada. Muchos guardianes escogen ese dormitorio pensando que no darán problemas, pero no es así.
- Lo tendré en cuenta.
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El ángel entre las rejas
Ficção GeralVíctor no ha tenido mucha suerte en la vida. Tras aceptar que su familia está rota, tiene una segunda oportunidad en el lugar menos pensado: un internado lleno de normas y falto de cariño. Esta historia está ambientada en una realidad paralela o en...