Capítulo 3

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Hace cinco meses y medio

Jude

Los días pasaban lentos, y con ello Jude y el muchacho se volvían un poco más cercanos. Ella seguía desconfiando de él, pero no tanto como lo hacía antes. Por otro lado, el chico no presentaba casi ningún cambio. Desde el principio se había mostrado amable con ella, y lo seguía siendo. En ciertas ocasiones Jude le había preguntado su nombre, pero él había cambiado de tema rápidamente.

Habían pasado dos semanas juntos, sobreviviendo, aguantándose el uno al otro. Sin embargo, ninguno de los dos parecía saber hacia dónde se dirigían exactamente. No tenían un destino fijo, solo seguían caminado con la esperanza de encontrar algo. Pero ese algo parecía no querer aparecer nunca.

Era de noche, y Jude y el muchacho se alojaban en una pequeña cabaña que habían encontrado en mitad de la nada.

—Oye —dijo el chico, llamando la atención de la chica—. ¿Tienes hambre?

Jude lo miró fijamente durante unos segundos, antes de responder afirmativamente con la cabeza.

—Claro. —Chasqueó la lengua, desviando la mirada—. Pues tenemos un problema.

La muchacha se levantó, había estado sentada durante casi toda la tarde al lado de la pequeña chimenea que habían conseguido encender. Hacía frío y casi no habían encontrado ninguna manta, así que dormían pegados el uno al otro en busca de calor.

Al principio a Jude le había incomodado mucho, pero con el paso de los días vio que no había más remedio y se acabó acostumbrando, aunque el chico aún la ponía un poco nerviosa.

—¿Qué pasa? —preguntó preocupada.

—Nos hemos quedado casi sin comida —respondió, frotándose la nuca y apartando la mirada. Jude entrecerró los ojos en su dirección, estaba nervioso—. Puede que el día que me tocaba revisar a mí se me olvidara...

La chica rodó los ojos exasperada. Recordaba perfectamente que el primer día que estuvieron juntos él mismo dijo que se pondrían unas reglas y tareas entre ellos, y que si se le olvidaba alguna o decidía no cumplirla ella tendría problemas, pues no la ayudaría más. Y ahora resultaba que era a él al que se le olvidaban las cosas. Y lo peor es que no era la primera vez que pasaba.

—¿Qué queda? —preguntó la chica frustrada.

—Una lata de melocotón en almíbar y una bolsa de... gusanitos. —Sonrió mostrando los dientes—. Tendremos que conformarnos con esto por esta noche. Mañana buscaremos más comida.

Jude se cruzó de brazos, un poco enfadada.

—No te cabrees conmigo, judía —dijo el muchacho—. Sobreviviremos por hoy.

A Jude no le gustaba ese apodo, un día el muchacho empezó a llamarla así y se quedó. Ella le había dicho alguna vez que la llamara por su nombre, pero él la ignoró y siguió haciéndolo.

Se sentaron al lado de la chimenea y se envolvieron en la única manta que tenían para los dos. Sus brazos se rozaban, trasmitiendo así a Jude una sensación de comodidad que ni ella conseguía comprender. Al fin y al cabo él seguía siendo un desconocido.

Comieron en silencio, con la vista pegada hacia delante.

El fuego empezó a desvanecerse minutos más tarde lentamente, por culpa del viento helado que había comenzado fuera y que entraba por la única ventana abierta que no habían conseguido cerrar. Era muy pequeña y estaba demasiado alta para alcanzarla.

—Mierda —maldijo el chico levantándose; el fuego acabó por apagarse—. Maldita ventana.

—Tendremos que dormir sin fuego —se lamentó Jude, apretando el agarre de la manta sobre ella—. Con el frío que hace.

—Nos tendremos que abrazar para entrar en calor.

El chico sonrió ladeadamente, mostrando un pequeño hoyuelo en su mejilla derecha. Jude lo miró a los ojos, sin poder despegar su mirada de la suya. Casi sin darse cuenta el muchacho ya se había sentado a su lado y cogido parte de la manta.

—Mejor tumbémonos y durmamos un rato, ¿no? —sugirió, alzando las cejas en dirección de Jude al ver que no dejaba de observarle.

Ella asintió y se tumbó de lado, dándole la espalda. No pasó mucho tiempo cuando su cuerpo comenzó a temblar. Tenía mucho frío ahora que ya no tenían fuego con el que calentarse.

Sin decir nada, el chico se apretó a ella y la abrazó. Jude se tensó al instante y se removió un poco incómoda.

—Vas a coger hipotermia, judía —susurró el muchacho cerca de su oído, erizándole los vellos del cuello—. Deja que te abrace, no voy a hacerte nada. Puedes confiar en mí.

Jude tragó saliva, aún más nerviosa, pero terminó cediendo. Sí que estaba helada. Sus ojos se cerraron solos, ahora sentía todo el sueño venirle de golpe, pero antes de dormirse escuchó a su compañero volver a hablar:

—Puedes llamarme Adams. No es mi nombre... pero por lo menos no hace falta que me digas todo el rato.

Letales (#1) © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora