Capítulo 22

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Tres meses antes de llegar al campamento

Jude

Los sacaron de aquella habitación poco más tarde, no sin antes ponerles una venda en los ojos. Jude supuso que no querrían que ninguno de los dos viera nada del edificio que pudiera servirles para largarse. Durante el camino solo escuchaba los pasos que daban y los murmullos de los residentes de allí.

Pararon un minuto después y oyeron como golpeaban ligeramente la puerta. No hubo respuesta. Las dos personas que llevaban a Jude y a Dexter conversaron entre ellas antes de decidirse a abrir la puerta y entrar a la habitación. Unos segundos más tarde la puerta se cerró a sus espaldas, pero antes de marcharse les quitaron las vendas de los ojos.

La sala donde se encontraban no era muy grande, sin embargo, al estar prácticamente vacía —salvo por una pequeña mesa con una silla— daba la sensación de mayor amplitud.

No tuvieron más remedio que sentarse en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. Volvían a estar encerrados, siempre acababan así de una forma u de otra.

Jude empezó a preguntarse la razón por la que los habían llevado hasta allí. Desde el principio había sido extraño como los acorralaron en aquel centro comercial. ¿Acaso secuestraban a cada grupo de humanos que se encontraban? Los tenían que querer allí por algún motivo.

Pero la duda que le daba más miedo era saber si eran inmunes, mejorados o humanos normales. Aunque ya en ese tiempo no quedaban muchos que no hubieran pasado el virus o se hubieran convertido en zombis. En realidad ya no se veían muchos zombis por las calles, los más peligrosos eran los demás, los que pasaron el virus y se recuperaron. Hasta ella misma sabía que no podía ser una humana normal, porque ya había recibido un arañazo aquella vez en la gasolinera. Sin embargo, lo más extraño fue que no se puso enferma, quizás ya había sido infectada hacía tiempo, pero como no recordaba nada no lo sabía.

—¿En qué piensas? —preguntó su amigo de repente, sacándola se su ensimismamiento.

La respuesta tardó unos segundos en aparecer, pues realmente tenía tantas cosas en la cabeza que iban revoloteando a su alrededor que ya no estaba segura ni de lo que estaba pensado.

—En qué quieren de nosotros, el porqué de que nos hayan encerrado. De todo un poco, supongo.

Jude no giró la cabeza en su dirección, lo dijo todo dirigiendo su mirada al techo; perdida, pensativa.

Sintió una mano cálida posarse sobre la suya con extrema delicadeza. Esta vez sí lo miró a los ojos, tenía una expresión dulce en la mirada.

—No pienses en ello, es mejor así —le aconsejó—. Solo tenemos que centrarnos en averiguar cómo escapar de aquí. A lo mejor si escuchamos lo que quieren de nosotros y les seguimos la corriente lo logramos. Pero tenemos que estar atentos.

La joven asiática asintió, admiraba la tranquilidad que Adams mantenía en tal situación en la que se encontraban. Ella no podía hacerlo, en algún momento siempre acababa agobiándose. Tenía razón, debía dejar de pensar tanto en ello y centrarse en escapar de allí como fuera.

Se levantaron sobresaltados cuando la puerta se abrió de golpe. Por ella apareció la figura de una mujer. Iba vestida completamente de negro, con un pañuelo alrededor de la cabeza que solo dejaba ver sus ojos color miel. Detrás de ella había dos hombres anchos de espalda y corpulentos.

Jude sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, mientras que Adams parecía saber mantener la calma, pues su expresión era neutra.

La desconocida, después de observarlos detenidamente, se dirigió a la mesa y se sentó en la silla. Los dos hombres se quedaron de pie, uno a cada lado de ella.

Nadie pronunciaba ninguna palabra, y eso solo hacía que los pensamientos de Jude fueran más rápido en su mente.

«¿Por qué tiene la cara tapada?»— era uno de ellos. Por algún extraño motivo, sus ojos le eran vagamente familiares.

—Nos volvemos a encontrar —dijo la muchacha desconocida, tenía una voz dulce y pasiva—. Hacía mucho que no te veía, Jude.

La joven asiática frunció ligeramente el ceño, ¿de qué la conocía? Quiso decir algo, pero sus labios parecían sellados. ¿Por qué siempre le resultaba tan complicado sacar las palabras de su boca? Era como si todo su cuerpo se bloquease.

Seguido de aquello la enmascarada dirigió su mirada hacia Adams; se notaba que sonreía por la expresión de sus ojos.

—Como siempre, has sido de gran ayuda —dijo divertida—. Es una pena que decidieras dejar tu puesto, pero veo que me has ayudado igualmente. Está bien saber dónde están tus lealtades, Dariush.

«Dariush»—pensó Jude, repitiendo su nombre en la mente»—. «Se llama Dariush, pero ¿de qué lo conoce esta mujer?».

Miró a su compañero, que de repente tenía la mandíbula apretada y miraba a la muchacha desconocida con un deje de odio en los ojos. Había algo que Jude se estaba perdiendo de aquella conversación, pero no estaba segura de querer saberlo.

La chica suspiró y con un gesto de mano les indicó a los dos hombres de su lado que se marcharan y estos, sin pronunciar palabra alguna, abandonaron la habitación de inmediato.

—¿No lo sabe, verdad Adams? —Sonrió descaradamente. Al no recibir respuesta de su parte negó con la cabeza, fingiendo estar decepcionada, aunque era obvio que disfrutaba de aquella situación.

La joven asiática estaba cada vez más confundida.

—¿De qué estás hablando? —se atrevió a preguntar, no sabía si se dirigía a la mujer o a Adams, parecía que los dos estaban implicados en el tema; un tema que la implicaba a ella también.

—Hablo de que estás aquí por su culpa, querida —dijo, señalando a su amigo con un gesto de cabeza—. Él trabaja para mí. —Se quedó unos segundos en silencio y después añadió—: O trabajaba, porque un día decidió de repente que no quería tener nada que ver con esto, pero por lo que veo acabó decidiendo que era lo mejor. ¿Verdad, Dariush? Me alegra tenerte de nuevo en el equipo. Pero desgraciadamente voy a tener que sacrificarte también.

Jude no podía apartar la mirada de la mujer, no quería mirar a Adams. Entonces, ¿la había engañado? Bueno, en realidad nunca le había contado nada. Pero parecía que su plan principal había sido llevarla a aquel lugar que no parecía para nada bueno, teniendo en cuenta que los habían tenido encerrados en un cuarto oscuro y húmedo por varias semanas. ¿Significaba entonces que la había engatusado para que confiara en él? Porque había funcionado a la perfección. Había caído en la trampa.

—Es hora de hacer la siguiente jugada. —La mujer se levantó de su asiento mientras hablaba, se dirigió a la puerta—. En el fondo tú y yo somos iguales, Jude —. Hubo algo en su sonrisa que le indicó a la joven asiática que también quería decir algo más, que escondía algo que todavía no le había contado—. Chicos, lleváoslos por favor, ya sabéis lo que hay que hacer con ellos.

Entraron al cuarto los dos mismos hombres de antes sumados a Forty, que tenía una sonrisa macabra dibujada en el rostro, como siempre que se les cruzaba por el camino (o la habitación, porque prácticamente no habían salido de allí para nada).

—Un placer vernos de nuevo, muñeca —murmuró cuando estuvo cerca de Jude. La agarró del brazo y los otros dos hombres cogieron a Adams. La muchacha se asustó cuando Forty sacó de su bolsillo una pequeña jeringa con un líquido amarillo en el interior—. Tranquila muñequita, será solo un pinchacito.

Ella no se movió, había quedado en estado de shock después de enterarse de lo de Adams. Ahora estaba sola consigo misma.

Sintió el pequeño pinchazo de la aguja en el cuello y no tardó en sentir como sus ojos se iban cerrando. Antes de sumirse en la oscuridad, vio como Adams la mirada desesperado mientras gritaba su nombre y repetidos "lo siento".

Ya se había ido, ya no sería ella misma de nuevo.

Letales (#1) © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora