Capítulo 12

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Hace cuatro meses y medio

Adams

Cuando abrió los ojos se sintió desorientado por un momento, pero no tardó mucho en recordar lo que había pasado. Habían vuelto a dormirle para que dejara de gritar y retorcerse. Entonces se alarmó al ver que Jude no estaba en aquella habitación con él, no le gustaba dejarla sola; la mayoría de veces le separaban de ella y no la veía hasta dentro de horas. A él lo mantenían encerrado la mayor parte del tiempo, alimentándolo solo cuando era totalmente necesario. No sabía lo que pasaba en el otro cuarto, donde ellos se quedaban a solas con la joven asiática, y cuando por fin se reunía con ella le daba miedo preguntar. Sin embargo, nunca parecía tener ninguna herida física.

Se incorporó en el suelo con esfuerzo, le dolía la cabeza horrores y tenía las manos atadas de nuevo; por lo menos, no se las habían atado a la espalda. Se quitó la cinta de la boca con un suave tirón que le irritó un poco la piel e intentó levantarse. No tuvo éxito, se sentía agotado.

Miró a su alrededor, la habitación era muy pequeña, se parecía más bien a un cuarto de limpieza. Había una bombilla colgando del techo que no iluminaba demasiado y todo el lugar olía a humedad.

Se arrastró como pudo hasta la puerta y alzó las manos para intentar abrirla, pero no pudo. Se dejó caer de nuevo y apoyó la cabeza en la pared. De todas formas, ¿qué pensaba hacer si salía? No tendría oportunidad de escapar, pues toda la estancia estaba cerrada con llave que sus secuestradores llevaban a todas partes.

Si no había perdido la cuenta de los días, ya llevaban dos semanas allí, atrapados en aquella casa del terror. Los hombres que los habían secuestrado eran mejorados, no tenían ninguna posibilidad contra ellos. Parecían haber perdido la cabeza hacía tiempo, Adams lo había notado en su comportamiento. Pero lo que más le preocupaba era su alimentación, eran caníbales, y en cualquier momento podría cogerlo a él o a Jude como comida. Por eso tenían que salir de allí cuanto antes.

Recordaba que el día que los atraparon uno de ellos, Teddy, le dijo al otro que debían tener reservas. Eso significaba que no se los comerían por aquel momento, pero ya había pasado medio mes y el tiempo se les agotaba.

Escuchó pasos acercándose, hecho que le hizo retroceder hasta el final del pequeño cuarto, como si eso fuera a evitar que le vieran. La puerta se abrió segundos después, mostrando así a Teddy, un hombre bajito y de carácter irascible. Él era el más cuerdo de los dos.

—Levanta, sabandija —espetó agarrando bruscamente al muchacho del brazo—. Hora de comer. —Sonrió enseñando sus dientes amarillentos y mellados; todo en él daba miedo.

Teddy llevó a Adams casi a rastras hacia la habitación donde deberían estar Jude y el otro hombre, Jimmy.

Con el tiempo había aprendido que no debían hacer enfadar a Teddy, sin embargo, Jimmy era siempre muy impaciente, pero no solía usar la violencia; cuando se enfadaba comenzaba a gritar y a romper cosas. El que usaba la fuerza bruta era el otro, que a pesar de ser bajito tenía buen gancho; Adams lo sabía por experiencia propia.

Ver que Jude estaba bien le tranquilizó un poco. Ella no tenía las manos atadas, estaba libre sentada a la mesa en una silla de madera. Se miraron preocupados el uno al otro, sin emitir palabra alguna.

Adams fue sentado en la silla de enfrente de ella de malas maneras. Seguido de ello, Teddy se sentó al lado de la muchacha, acto que al chico no le hizo mucha gracia. Poco después, Jimmy se les unió sentándose a su derecha. Los dos hombres sonrieron como si nada pasara, despreocupados.

—Bueno —exclamó Jimmy alegremente, dando una palmada—. ¿Empezamos con la cena?

Nadie se movió ni dijo nada durante un breve periodo de tiempo. Mientras tanto, Teddy se levantó de su asiento y se dirigió al otro lado de la habitación; ni Jude ni Adams se atrevieron a ver lo que él había ido a hacer. Se mantuvieron en silencio hasta que el hombre volvió a su sitio, hablando sobre la cena de esa noche.

—He decidido que hoy podemos hacer algo nuevo —explicó con entusiasmo—. ¿Os apetece, chicos?

El único que respondió fue su compañero, con una exclamación de sorpresa y felicidad de un niño pequeño. Ambos jóvenes se miraron alarmados, con miedo del próximo movimiento de sus secuestradores.

Cuando Teddy se sentó dejó un cuchillo afilado sobre la mesa, tenía otro en su mano derecha. Agarró los brazos de Adams bruscamente, que se encontraban apoyados en el borde de la mesa y acercó el segundo cuchillo (más pequeño que el primero) hacia él. Jude gritó asustada ante aquel acto, y Adams cerró los ojos de la impresión, sin embargo, lo único que hizo el hombre fue romper la cuerda que sujetaba sus manos.

El chico tragó saliva con nerviosismo y la joven asiática suspiró levemente, aliviada. Pero la noche todavía no había acabado y el juego no había hecho más que empezar.

Jude

—Jude, querida —la llamó Teddy con voz melosa, señaló el arma blanca de la mesa—. Cógelo, cariño.

La recién nombrada frunció levemente el ceño y, dudosa, acercó su mano temblorosa hacia el mango del cuchillo. Cuando lo tuvo en su poder se quedó quieta, esperando que el hombre le volviera a decir qué hacer; rezando por que no fuera nada grave.

—Muy bien, no había nada que temer —volvió a hablar con una sonrisa en la cara—. ¿Verdad que no?

No esperó que respondiera; le tendió el cuchillo que él llevaba a su compañero, quien lo cogió gustoso.

—Ahora —siguió hablando; agarró el brazo derecho de Adams y lo sujetó contra la mesa—, córtale la mano.

La joven asiática sintió como la sangre de todo su cuerpo se le iba a los pies, de pronto tenía nauseas. Se negaba rotundamente a hacer cualquier cosa en contra de su amigo, y menos hacerle daño. Vio cómo su compañero la miraba casi suplicante, tan asustado como lo estaba ella.

Tanto Teddy como Jimmy miraban expectantes a la chica, esperando que siguiera su orden, pero aquello no ocurrió.

—Vamos —insistió—, hazlo o atente a las consecuencias. Te puedo asegurar que si esto no te gusta lo otro será peor.

Dudó, de verdad lo hizo. Primero observó a su amigo, que acabó asintiendo hacia ella, dándole permiso para hacerlo. Sin embargo, negó repetitivamente con la cabeza; no lo haría.

—Supongo que esa es tu respuesta, ¿verdad, Jude? —inquirió con tono irónico—. Bien, tú misma te lo has buscado.

Miró a su compañero y le dio un asentimiento. Tanto Adams como Jude se quedaron quietos, no entendían lo que ellos se estaban diciendo. Pero no tardaron mucho en descubrirlo, cuando vieron como Jimmy alzaba el pequeño cuchillo y se lo clavaba con fuerza en la pierna derecha de Adams.

El grito de dolor resonó por toda la habitación, pero ninguno de los hombres se inmutó. Por otro lado, la joven asiática parecía sufrir casi tanto como él, de sus ojos salieron lágrimas de impotencia, por no poder hacer nada para ayudarle. Tuvo que sujetar bien el cuchillo para que no se le cayera de las manos, sentía que se iba a desmayar.

—Ahora mismo tienes dos opciones —dijo esta vez Jimmy—: o haces lo que mi amigo te ha dicho, o le clavo de nuevo el cuchillo a tu querido novio pero en la otra pierna.

No tenían escapatoria, ninguno de los dos. Observó la expresión de dolor de Adams, ni siquiera la miraba, tenía los ojos cerrados.

¿Cómo iban a salir de allí?

Letales (#1) © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora