Capítulo 4

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Hace cinco meses

Jude

Los días seguían pasando. Habían encontrado comida suficiente para todo un mes en una gasolinera que encontraron en mitad de la nada.

No había gran variedad de cosas, pues en su mayoría eran bolsas de chuches, gusanitos, patatas...

Jude recorrió con la mirada una estantería del fondo de la tienda, y sus ojos se iluminaron junto con una sonrisa que apareció en sus labios al ver varias tablas de chocolate. Sin pensárselo dos veces las cogió casi todas y las guardó en la pequeña mochila que solía llevar siempre.

También cogió un par de bolsas más de diferentes cosas. Cuando terminó de coger comida miró en todas direcciones, buscando a su compañero de supervivencia.

—¡Adams! —gritó la muchacha al ver que no aparecía en su campo de visión—. ¿Dónde se ha metido? —murmuró para sí misma.

Caminó hacia la entrada y salió al exterior, para ver si quizá él estaba fuera. Nada; tampoco lo encontró allí.

Volvió a entrar otra vez, confundida. ¿Se había ido sin ella? No lo creía capaz de ello.

El sonido de algo caerse la sobresaltó, venía de la cafetería que se conectaba con la tienda, separadas por una puerta de cristal.

Dudó en si debía acercarse o no, ¿y si era Adams? ¿Y si necesitaba ayuda? Pensó que de necesitarla quizá habría gritado.

Abrió la puerta lentamente, esta chirrió como respuesta. Jude se quedó paralizada en el sitio, no quería hacer ruido y que cualquiera que estuviera por ahí —excepto Adams— la oyera. Tragó saliva nerviosa y entró rápidamente, cerrando la puerta detrás de ella, esta vez con más cuidado.

Observó la cafetería, había pocas mesas y las sillas estaban tiradas por el suelo. En la barra no había nada, estaba vacía. Vio al final de ella una puerta cerrada, supuso que sería la cocina. Pasó segundos en silencio, sin moverse siquiera.

Un golpe en la puerta que había cerrado anteriormente la sobresaltó. Se giró asustada, su corazón latía rápidamente, pero cuando vio de quien se trataba se relajó.

Detrás de las puertas de cristal se encontraba Adams, con expresión confundida al ver a la muchacha al otro lado de la tienda.

Vio como el muchacho movía la boca, pero lo hizo en un tono tan bajo que no consiguió escucharle.

—¿Qué? —preguntó Jude—. ¡Habla más alto!

El chico rodó los ojos con exasperación, y seguido de aquello gritó:

—¡Que salgas de ahí! ¡Nos vamos!

—¡Vale!

Jude se dirigió hacia la puerta de cristal, y la empujó para abrirla. Su sorpresa fue grande cuando se dio cuenta de que parecía atascada.

—¿Qué haces? —preguntó la muchacha a su compañero—. ¡Déjame abrir la puerta!

—Yo no estoy haciendo nada —respondió ofendido—. Me hieres, judía.

Jude ignoró a Adams.

—Déjame salir.

El chico hizo una mueca de fastidio, y volvió a repetirle que él no estaba haciendo nada, pero unos segundos después desplazó su mirada hacia atrás y entrecerró los ojos. Miró a Jude otra vez e ignoró también su acusación.

—¿Has entrado a la cocina?

—¿Y eso qué tiene que ver? —preguntó la muchacha exasperada—. ¡Abre la maldita puerta!

Letales (#1) © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora