Desahuciado

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Frente a una pequeña e improvisada choza construida con troncos y velas de los navíos destruidos, se encontraba el jefe de los Hooligan, Stoick the Vast, esperando pacientemente cualquier noticia que saliera de aquella chica construcción. Lo más importante para él se encontraba dentro, luchando por su vida.

Cerca de la entrada estaban Astrid Hofferson y el nightfury de Hiccup igualmente impacientes por saber que ocurriría con el joven heredero. Stoick no les ponía mucha atención, su propia preocupación lo mantenía asilado del mundo y atrapado en un sentimiento de dolor a punto de estallar con la menor provocación. Todo dependía de cómo saliera su muchacho de tan drástico procedimiento.

Su ensimismamiento le impidió darse cuenta en el momento en que Spitelout se aproximó a él, hasta que éste le habló con una voz preocupada:

–Stoick, todo mundo están nervioso, los barcos son irrecuperables, no podemos regresar, hay muchos heridos sin alguien que los atienda. Además, comienza a hacer hambre y hay dragones por todos lados...

Pero el fuerte guerrero no obtuvo ninguna respuesta de su líder que continuó dirigiéndole la espalda.

–Muchos están comenzando a perder las esperanzas de que salgamos vivos de esta isla...

Aún sin respuesta.

–Stoick te ves gordo con ese cinturón.

Nada de nada.

–Stoick –lo volvió a llamar sin resultado –. ¡Stoick!

Pero los ojos del jefe estaban clavados en la pequeña choza a un par de metros delante del él y sus oídos eran sordos a cualquier palabra que no le indicara que su hijo iba a estar bien. Spitelout podía ser comprensivo con su hermano al respecto, él también tenía un hijo, pero el miedo general comenzaba a afectar al hombre.

–De acuerdo –dijo el vikingo moreno perdiendo la paciencia, antes de darse media vuelta y marcharse –. Iré a ver si Mogadon tiene mejores ideas para salir de aquí –comenzó a alejarse y en casi en un susurro, añadió –: o al menos yo las tendría si fuera el jefe.

–Pero no lo eres –musitó Stoick en voz baja como autómata sin saber si Spitelout lo había llegado a escuchar. De todas maneras, no le importaba de momento. Nada le interesaba más que el destino que le deparaba a su muchacho. Finalmente, se había olvidado de que era jefe y se enfocaba solamente en ser padre; aunque era ya muy tarde y tal vez no lo mejor para la gente a su cargo.

Pero que se podía esperar más de él, en ese día en especial que había sido casi una montaña rusa de emociones. Y el fantasma del débil peso muerto de su hijo en sus brazos seguía quemándole el alma. Una sensación que lo llevó casi a la locura y furia:

–¡Rápido! –rugió desesperado volviéndose hacia su gente que rodeaban al dragón negro derribado, mientras el cuerpo inerte de Hiccup se desangraba por su pierna destrozada –. ¡Un curandero! ¡Necesitamos un curandero!

Solo obtuvo miradas tristes y llenas de duda como respuesta.

–Stoick... –Gobber, quien continuaba junto a él, le dijo con una calma casi sepulcral –no queda ninguno.

–¡¿Qué?!

–Gothi está en Berk y el de los Meathead pereció entre los botes. No hay ninguno.

La mirada vacía del viejo herrero se conectó con la de su mejor amigo y éste así se dio cuenta que decía la verdad. ¿Pero... qué había de Hiccup? ¿Cómo iba a salvarse?

–¡¿Gobber?! –le suplicó a su amigo.

–Lo siento, Stoick –dijo el antiguo guerrero aunque también le resultaban dolorosas sus propias palabras –. Sé algo de remedios para emergencias, pero no soy un experto. Solo podría conseguirle más tiempo al chico, aún así necesitaría de un verdadero curandero.

Dragons: A Twins StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora