Cría cuervos... (Parte 8)

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A pesar de haber recorrido las aguas que rodeaban la isla de Berk, de los Meathead y la isla de los dragones, los guerreros de vikingos hooligans regresaron a sus hogares a la salida del sol del día siguiente sin haber encontrado ningún rastro de los supuestos piratas trasgresores.

Aún así, el gran jefe Stoick the Vast no se dio por vencido, la preocupación por su gente y su tierra lo llevó a pasar todo un día más en vuelo sobre Thornado en búsqueda de los agresores de la pobre familia de pacifistas. Pero al igual que sus guerreros, regresó a Berk con las manos vacías.

Si alguna vez hubo piratas surcando aquellas recónditas aguas del archipiélago vikingo, ya no lo hacían más.

Lo cual dejo en manos del jefe la más difícil de las tareas: explicarle a la pobre de Heather el destino incierto que habían sufrido sus padres. Era parte de ser un líder dar las malas noticias, Stoick lo había hecho muchas veces antes cuando aún la guerra contra los dragones seguía activa; se podría decirse que tenía experiencia y el tacto para hacerlo. Pero definitivamente nunca lograría ser insensible ante el sufrimiento de otro ser humano al perder a un ser querido, ya que había experimentado el sentimiento en el pasado en carne propia.

–Oh... –musitó la pobre chica de cabellera negra, algo adormilada y aún tendida en la cama de la choza de los curanderos –. Tal vez es mejor así... –dijo de ultimo antes de quedarse dormida una vez más.

Su reacción preocupó a varios aldeanos, a pesar del esclarecimiento de Honey sobre el efecto secundario de las hierbas de Freya. El aturdimiento, la desorientación y la somnolencia eran comunes al tomar tal remedio para el descanso, algo que necesario con urgencia para Heather ante su reciente infortunio. Aún así, los vikingos eran seres supersticiosos y bastantes intolerantes, en especial con lo que les resultaba diferente o desconocido, un ejemplo claro era como habían tratado a los gemelos Haddock durante años.

–De acuerdo, perdió a sus padres –rumoreaba uno de los vikingos de la aldea a los oídos chismosos de sus vecinos –. Todos hemos perdido a un ser querido.

–Sí, pero ella es un pacifista –objetaba una mujer –. La pobre no conoce de eso.

–¿Pero que sí queda chiflada? –preguntaban otros –. Por Thor ¿Qué se haría con ella?

–Qué regrese a su isla –sentenció uno.

–Escuche que el jefe Stoick mandará una carta en la próxima visita del mercader Johan a Quiet Place con la esperanza de encontrar algún familiar que la recoja.

–¿Y si no tiene a nadie? ¿Se quedará aquí?

–¡Nos libre Freya!

–¡Es un mal augurio! – mascullaba Mildew a la mitad de la aldea posado sobre su carreta de repollos –. ¡Nos traerá una maldición de Loki! ¡La desgracia! ¡Arrojémosla de nuevo al mar!

Por suerte para Heather, el jefe Stoick no permitió que la locura escalara más de las demenciales declaraciones de Mildew, que para ese momento, ya todos en la aldea habían aprendido a ignorarlas. Y también, el que la joven morena permaneciera la mayor tiempo descansando, la mantuvo a salvo e ignorante de los rumores a su alrededor por un tiempo.

Pero una vez que ésta ya pudo sostenerse de pies, no fue el punto final de los rumores. La chica de cabellera negra continuó siendo la comidilla de los chismes a sus espaldas, ya que nadie se atrevía decirlo en su cara ante la constante presencia de los jinetes de dragones a su lado.

Al contar con una edad parecida a los chicos de la generación de Hiccup, resultó fácil para Heather acoplarse más a ellos; claro, una vez que perdió el miedo a los dragones. Al parecer, los rumores sobre los entrenadores de dragones en Berk aún no llegaban a lugares tan lejanos del archipiélago como Quiet Place, lo que resultó un alivio para Hiccup y el padre de éste.

Dragons: A Twins StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora