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El cliché del playboy por fuera, terrón de azúcar por dentro. Wolfstar.

Verano de 1975. Un chico estacionaba una motocicleta junto a una acera, sin prestar verdadera atención a las leyes de tránsito para vehículos regulares. Él no considerada que tuviese algo regular.

Llevaba una chaqueta de cuero, pantalones con cadenas por cinturón, botas. El cabello largo recogido a la altura de la nuca. Era el tipo de chico que haría que una anciana apartase a su única nieta y las muchachas que salían de clases soltasen risitas tontas, pasándole por un lado, fingiendo que no les generaba una obvia atracción, porque lucía como alguien que ningún padre aprobaría.

Cuando la puerta del pequeño apartamento junto al que se detuvo, se abrió, dio un brinco en el asiento de cuero de la moto. Su reacción fue inmediata. Abandonó las fachadas, la postura despreocupada. Se le iluminaron el rostro, los ojos, la vida.

Remus lo saludó con una sonrisita, cerró la puerta detrás de él y se acomodó la correa de la mochila sobre un hombro, antes de bajar los tres escalones que separaban la entrada del edificio del nivel de la acera. Era todo cicatrices en la piel, cabello sin arreglar, suéteres holgados, pantalones anchos, zapatos viejos, medio encogido dentro de la ropa varias tallas más grande, dando pasos cuidadosos. Como si el mundo pudiese partirse si se apresuraba más.

Sirius lo recibió con los brazos abiertos, le rodeó la cadera, y lo pegó a su pecho. Un instante, compartían un beso largo, lento. Al siguiente, los hacía cambiar de posición para que Remus quedase recargado contra la motocicleta, lo estrechaba más, le besaba las mejillas, la mandíbula, e incluso fingía morderle la garganta. Soltaba unos exagerados "ñom, ñom, ñom", con la única intención de sacarle esas carcajadas que soltaba a medida que se aferraba a su espalda, a sus brazos, su cuello. Cuando sus ojos se encontraron de nuevo, volvieron a besarse. Sin prisas, sin desesperarse. Sin dejar de tratarse como lo más valioso que el otro conocía.

Sirius lo sujetó mejor, lo alzó y depositó sobre el asiento de la moto. Remus aún reía; no era capaz de mucho más, con los labios de su novio presionados contra el punto de cosquillas que tenía bajo la oreja y ambos conocían tan bien. Amaba su risa. Podría oírla todo el día.

—Si- ¡Sirius! No- padfoot- —protestó falsamente, sin parar de rodearle el cuello. En cuanto se detuvo, se observaron de nuevo. Remus unía sus frentes, Sirius aprovechaba la cercanía para rozar sus labios cada pocos segundos, fascinado con el contacto—. Me vas a desgastar los labios —Sonrió.

Sirius lo abrazó más.

—Correré el riesgo —Decidió que le tocaba atacar su clavícula, expuesta gracias al ancho cuello de la prenda, para demostrarle su punto. Remus intentaba contener las carcajadas, sin ganas de apartarlo.

Quienes vieron la escena, se sintieron extrañados de que ese chico de chaqueta de cuero y porte altivo estuviese tan ensimismado en los labios y la piel del otro, más desgarbado y normal. A ellos dos no podría importarle menos lo que pensaran.

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