23 | J

6K 780 314
                                    

El cliché de las almas gemelas, destinados…o un medio lobo que no se da cuenta de quién es su amorcito. Jeddy.

El día en que su abuela Andrómeda lo llevó para conocer al bebé, Teddy estaba tan entusiasmado que no paraba de dar saltos. Apenas había dormido la noche anterior y no le importaba. Tenía una versión nueva de su mantita con constelaciones y un osito Teddy para el hijito de su padrino. Moría por conocerlo desde que se enteró de que estaba "esperando" en el vientre de Ginny.

Entonces un Teddy de seis años se escabulló durante la aburrida plática de adultos de su abuela y Harry, se metió al cuarto del bebé, y se asomó junto a la cuna, con sus regalos.

James tenía los ojos abiertos e intentaba morder, sin dientes, la esquina de su manta. Teddy soltó una risita y la cambió por la que él le llevó.

Era muy, muy pequeño. Cuando atrapó el índice de Teddy en su manita, el lobo que dormía en él, y sólo le afectaba en ciertos rasgos menores, se retorció, y Teddy descubrió algo importante: seguramente ese niño sería su amigo cuando fuese mayor.

Sí, eso debía ser. Un amigo.

0

Un Teddy de diecisiete años se agachó frente al lloroso James de once. Le sostuvo la cara, limpió sus lágrimas, y apretó sus mejillas. Tenía una "pesadilla", mejor conocida como "primera noche en Hogwarts, lejos de mamá y papá, pero no quiero que pienses que lloro por eso".

—Ya, ya, ya —Revolvió su cabello—, le escribiremos cartas a Harry mañana si lo extrañas tanto...

James resopló, lo que causó que derramase más lágrimas y tuviese que sorber por la nariz.

—¿Quién lo extraña?

—O supongo que se las escribiré yo —siguió Teddy, divertido—, yo sí los extraño. Preguntaré cómo está Lily, si lloró porque te fuiste...

—Y si Albus lloró también —agregó James, con un hilo de voz.

—Y si Al lloró también —aceptó Teddy, asintiendo.

—Y pregunta si...

Teddy continuó asintiendo y jugando con su cabeza para calmarlo. Ese atisbo del lobo dentro de él gruñía, se encrespaba, exigiéndole proteger a esa pequeña criatura indefensa que tenía al frente. ¿Tal vez como a un cachorro? Sí, James era un cachorro todavía; eso debía ser. ¿Cómo podría no haber desarrollado un instinto de protección hacia ese mocoso terco?

0

Y ese día, de repente, Teddy descubrió que el lobo en él no le avisaba de un nuevo amigo, ni siquiera un mejor amigo.

James regresaba a casa después de tres años prácticamente en aislamiento en la Academia de Aurores. Llevaba su capa oscura del uniforme, apenas se molestó en apartarse un poco el cabello de la frente, y aunque no se dejaba la barba, se notaba por qué la revista Corazón de Bruja lo alababa tanto las pocas veces que estuvo en entrenamientos en el campo.

Luego de ser abrazado por una feliz Lily y unos padres orgullosos, James lo localizó, sonrió, y fue hacia Teddy. En cuanto lo rodeó con los brazos, todo en él se sacudió y enloqueció.

Es él, decía el lobo. Es él, es él, es él, es él.

Siente ese aroma. Siente esa esencia. Siente esa magia. Es él. Es él.

Teddy estaba tan aturdido y aterrorizado que el vaso que sostenía se le resbaló y tuvo que ser recogido por un hechizo de James, que enseguida le preguntó qué pasaba.

Cuando reaccionó, huyó a la cocina. Tras una breve reunión en la sala para descubrir cómo proceder, decidieron que James lo siguiese. Lo encontró recargado en el fregadero, después de meter la cabeza bajo el agua.

Y todavía no se calmaba. Si tuviese más de lobo, si fuese un poco más similar a su padre, si hubiese recibido la mordida directamente, ya tendría el impulso de gruñir.

Es él, es él, es él.

¿Cómo iba a ser él?

Pero es él.

Es él.

Es él.

—¿Ted...?

James acababa de poner una mano en su hombro cuando se giró. Sin darse cuenta, Teddy había cambiado sus ojos a un brillante dorado. Lo observaba con una batalla interna contra ese instinto extraño y desenfrenado.

Y ni siquiera notó lo que le decía.

—¿Te puedo besar?

James adoptó una expresión confundida, así que él se explicó, en voz baja, todavía sin percatarse.

—Es que mi lobo me dice que tú eres mi destinado, ¿así que te puedo...?

Antes de que hubiese terminado de hablar, James ya llevaba las manos a la parte de atrás de su cabeza y lo jalaba para besarlo.

—Lo notaste —Escuchó que decía, entre besos y risas ahogadas—, lo notaste, al fin lo notaste...

Oh. Sí, su lobo estaba feliz ahora. Mientras más besaba a James en esa cocina, más tonto se sentía por no haber captado el mensaje antes.

ClichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora