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El cliché del mago súper poderoso que por alguna razón no usa su magia como otros lo harían. Drarry.

Draco veía su taza de té como si hubiese cometido una ofensa personal contra él, porque estaba amargo. Demasiado amargo. Sí, que el té no es lo más dulce del mundo, pero le gustaba lo dulce. No podía entender a qué elfo tonto se le olvidó hacer más dulce su estúpido té.

En lugar de arreglarlo con alguna de sus opciones puestas sobre la mesa, claro, él hacía pucheros. Y desde uno de los puestos de Gryffindor, un Harry Potter con los codos recargados sobre la orilla de su mesa, ladeaba la cabeza e intentaba descubrir lo que andaba mal. El té. Definitivamente debía ser el té.

Malfoy hacía unas expresiones tan lindas cuando algo lo molestaba, pensó. Sin embargo, prefería la que ponía cuando estaba contento, así que se concentró en la dichosa taza de té. ¿Qué tendría? ¿Le faltaba azúcar? Sí, debía ser eso.

Mientras lo observaba, unos terrones de azúcar de un cuenco cercano levitaron hacia la taza, pasando frente a los Slytherin que no le daban importancia. Cinco. Se detuvieron, uno se sumergió primero en la taza. Draco aún formaba pucheros, así que añadió otro. Sin cambios. Agregó un tercero. A punto de echar el cuarto, Malfoy detuvo los terrones flotantes con un gesto e hizo ademán de tomar su cucharilla; Harry decidió que quería hacerlo por él, así que esta se deslizó fuera de su agarre y comenzó a revolver por su cuenta.

Sonreía como un tonto para el momento en que Malfoy repitió ese gesto para frenarlo, bebió un sorbo y suavizó su expresión. Despacio, miró alrededor; parecía que esperaba reconocer quién lo hacía.

—Harry, ¿puedes prestarme una plu...?

Sacudió una mano, más concentrado en la sonrisita de Malfoy, escondida a medias tras una taza. Su maletín se abrió, y una pluma voló hacia Hermione, que agradeció en un murmullo y continuó con su tarea.

Contestando a lo que fuese que Parkinson le decía, Malfoy extendía una mano para alcanzar una cesta de panecillos a varios centímetros de su posición. Harry cabeceó, uno de los panecillos levitó hacia él. Lo observó, cauteloso, y lo tomó para darle una mordida.

Hacer magia era lo mejor del mundo.

—Oye, compañero, ¿me pasas la jarra de jugo de...?

Arrugó el entrecejo, porque Ron obstruía un poco su campo de visión. Miró la jarra, la llevó hacia él y barrió el aire con una mano, alejándolo lo justo para volver a observar al Slytherin, sin dejarlo caer de la silla.

Cuando Malfoy buscó su ración de postre, una porción de pudin se elevó frente a su cara; sabía que era su favorito. Draco lo vio, parpadeó y lo sujetó. Al levantar la mirada, se encontró con Harry, metros completos separaban sus mesas, pero cualquier persona medianamente inteligente habría notado que la sonrisa que tenía portaba una dedicación exclusiva.

Draco estrechó los ojos, dubitativo. Extendió una mano, Harry movió la cabeza para que la taza de té fuese a parar en su palma. El Slytherin retuvo una nueva sonrisa. Cuando se aproximó a otra porción de pudin, él se la acercó y lo vio contener la risa.

Le encantaba cuando se reía. Ojalá hubiese estado más cerca para oírlo.

Ante sus deseos, la magia abría un canal para que pudiese escucharlo a la perfección. Draco debió notarlo, porque lo aprovechó para hablar en voz tan baja que sus propios compañeros no lo oían. Harry sí.

—¿Por qué el malgasto de magia, Potty?

Él le sonrió. Sólo escucharlo, verlo sonriéndole, causaba que su corazón enloqueciese y su mente se vaciase, haciéndolo más sincero, si es que cabía la posibilidad.

—Tú nunca serías un malgasto —Volvió a apoyarse con los codos en la mesa. Malfoy meneó la cabeza, su sonrisa delatándolo. Tras unos segundos, mencionaba:

—¿Y si me sacas de aquí?

—¿Aparecernos dentro del castillo? —Harry se rio. Sus amigos comenzaban a preguntar qué hacía, él se mordió el labio frente al reto.

Malfoy se encogía de hombros, con aparente desinterés, desde su mesa.

—Me gustan los magos poderosos.

Harry sonrió más. ¿Quería Aparecerse? Oh, él podría hacerlo. Pediría una recompensa, por supuesto, cuando lo hubiese cumplido.

Sólo hubo un plop. Después ninguno estaba en su asiento y los demás no podían explicarse cómo era posible.

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