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El cliché del admirador secreto obvio. Scorbus.

Scorpius observaba con ojos brillantes la nueva colección de dulces de Honeydukes, organizada en una caja detrás de la vitrina de la tienda. Albus, a su vez, lo miraba a él.

—¿Te lo imaginas? —preguntó en voz baja, como si tuviese que utilizar un tono conspirador para hablar de los bombones. Él podía admitir que lucían bien—. Si te compras la caja completa, tienes uno para cada día del mes —Scorpius ahogó un sonidito alegre, balanceándose sobre los pies. Lo vio de reojo, al reírse—. A mi padre le daría un ataque si gasto más dinero en dulces este mes...tal vez para el próximo.

Siguieron caminando.

0—

Al día siguiente por la mañana, una lechuza de la tienda de Hogsmeade hacía entrega de un gran paquete cuadrado en la mesa de Slytherin. A Scorpius Malfoy se le caía su tostada al percatarse no sólo de que iba dirigido a él, sino que llevaba la caja de bombones que vio durante la visita de ese fin de semana.

Con una sonrisa enorme, tanteó el aire a su lado, hasta sujetar uno de los brazos de su mejor amigo. Empezó a sacudirlo, sin fuerza.

—¿Viste lo que me dieron, viste lo que me dieron...? —murmuraba. Albus ni siquiera aparentaba sorpresa. Escondía una sonrisita detrás de la tostada que aún comía, mientras el chico revisaba la tarjeta que fue incluida en el paquete, con un deseo de un feliz mes y una firma del "admirador secreto"—. Otra vez él —canturreó Scorpius, regresando a su puesto para contemplar la caja, como si esta pudiese hablar para contarle quién llevaba los últimos seis meses enviándole obsequios.

—No tiene mal gusto —opinó Albus, en un falso tono despreocupado—, supongo.

—Es el mejor, ¡es tan tierno...! —Scorpius dejó caer la cabeza contra la mesa, presionó la frente sobre la superficie de madera, y ahogó otra risita. Podía notar que el ligero rubor le alcanzaba hasta las orejas.

Era lindo cuando se veía así. Era todavía mejor saber que era él quien lo hacía comportarse de ese modo.

Scorpius enumeraba los regalos favoritos entre los que su admirador le daba casi todas las semanas, sin dejar de balancear los pies por debajo de la mesa y sonreír tontamente a la caja envuelta en papel marrón. Albus oía, asentía, y fingía que no se daba cuenta de las miradas que sus compañeros les echaban.

Sí, un día se lo contaría, por supuesto. Pero aún no.


Les juro que me imagino el final de este cliché tipo:

Albus: Scorp, soy yo.

Scorpius, sin entender nada: ¿tú eres qué, Al?

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