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El cliché del chico pobre/chico rico que están enamorados. PrinceBlack.

Si alguien pensaba que los Slytherin no eran capaces de ser tan testarudos como un Gryffindor, era sólo porque nunca conocieron a uno que estuviese enamorado, como Regulus lo estaba de él. La mayor prueba de esto era que se encontrase parado frente a su puerta, a las once de la noche, en vacaciones de invierno, escurriendo por la tormenta del exterior y preguntándole si podía entrar.

Si podía.

De haberle cuestionado si podía partir su varita en dos o lanzarle un crucio, Severus habría tenido problemas para contestar que no, en ese estado.

Se apartó con un paso hacia atrás, vacilante, dejándole espacio. Jamás había estado tan avergonzado.

Más bien, jamás lo había estado y punto. Su única amiga era tan consciente de la situación de su familia que ni siquiera lo hablaron alguna vez, no invitaba a nadie ni se molestaba por comentarlo. Que Regulus Black, hijo de una familia sangrepura -heredero, además, desde que su hermano mayor decidió escaparse de casa con su novio Lupin-, fuese quien entrase, preguntándole si podía pasarle una toalla porque no debían usar magia fuera de Hogwarts, y dando un vistazo alrededor, sólo podía definirse como vergonzoso. Abrumador. Aterrador.

Terriblemente aterrador.

Merlín, ¿pero en qué se había metido ahora?

No bastaba con que Severus hubiese sufrido de un estallido de mal humor tras su invitación de pasar el Yule en Grimmauld Place, al no saber explicarle por qué no era correcto, por qué él no podía presentarse a sus padres sin que lo odiasen, encajar en esos pasillos de árboles genealógicos mágicos remontados a siglos atrás. No, también tenía que verlo por sí mismo. Era lo que hacía en ese instante.

Veía la antigua casa, con el olor permanente a humedad y alcohol barato. Veía la ropa desgastada que llevaba fuera del colegio, el desorden detrás de él, que se encontraba solo, que ni siquiera tenía una maldita toalla decente para prestarle, porque incluso la que sacó del escondite de un cajón, la que no se usaba, era vieja. Veía por qué ellos tampoco encajaban.

Y seguro entendería todo lo que Severus había comprendido esos meses. Entonces no volvería a invitarlo a su casa, no lo visitaría sin avisar, atravesando todo Londres. Se alejaría y conseguiría una linda bruja sangrepura, que tuviese la aprobación de sus padres. Como debía ser. Como sabía que sería.

Sólo que no contaba con la terquedad de su novio.

—Gracias —musitó Regulus, nada más terminar de secarse el cabello, cambiado de ropa, aunque todavía temblando un poco, como era de esperarse por el frío que se colaba en la casa.

Hizo ademán de besarlo, y Severus se apartó sin pensarlo. Intentó no lamentarlo, frente a su expresión decaída.

—¿Cómo encontraste mi casa?

No le había dado su dirección por buenos motivos, pero presentía la respuesta, incluso antes de que abriese la boca.

—Evans —Regulus apretó los labios un momento. Él asintió, se dijo que no podía culparla, que ella no entendía, que nunca le habría dicho, de tener una idea de lo humillado que lo haría sentir que lo viese así. Allí—. ¿Sev?

No le contestó.

Si hubiese podido hacer magia fuera del colegio, ese sería el momento en que abría un agujero en la tierra y no volvía a salir por lo que le quedaba de vida. Con suerte, no sería mucho.

Inhaló profundo, se armó de valor, y buscó las palabras. Bien, sólo faltaba un paso. Sólo tenía que hacerlo.

—Creo que es obvio que deberí-

—Deberíamos buscar algo que hacer para celebrar el Yule. Como pareces estar solo, tenemos que pensar en algo para nosotros dos- ah, estoy bien con eso, será una celebración más especial.

Regulus unió las manos detrás de la espalda y se balanceó sobre los pies, todo tranquilidad, paciencia y afabilidad, como de costumbre.

A veces Severus lo miraba y simplemente no comprendía por qué se le acercó para preguntarle sobre una poción que no le salía. Aún recordaba su balbuceo que sonó a "Slughorn dijo que eras el mejor para esto, necesito al mejor, tú eres el mejor".

—¿Qué?

Regulus ahora lo veía como si fuese él quien se perdía de algo.

—Está bien, Sev, no quieres pasar las fiestas en mi casa, ¿y qué? ¡Ni mi hermano lo quiere! No estoy seguro de que yo lo quiera —añadió, en tono más confidente. Sus palabras tenían un trasfondo más oscuro, que parecía hablar por sí solo de sus padres—. Pero conseguí algunos galeones, haremos algo- no traje ropa, no sabía si me dejarías quedarme- y tal vez no sepa cocinar, pero- bueno, puedo llamar a Kreacher...o tú podrías enseñarme. Seré un buen estudiante-

—¿Estás hablando en serio? —A Severus se le escapó un bufido incrédulo. Dio otro paso lejos y abarcó la sala medio deshecha con un gesto amplio— ¿viste bien este lugar, Regulus?

Él no le quitó los ojos de encima al asentir.

—Te estoy viendo a ti. Tú estás aquí.

Se obligó a tragar en seco, a bajar el nudo en la garganta.

—Sabes que no es eso a lo que me refiero.

—Sé que eso es lo que me importa —susurró Regulus, con una sonrisita.

La revelación lo hacía sentir tan estúpido como si acabase de agregar el ingrediente equivocado y estallado un caldero, a mitad de una poción que conocía desde primero.

Regulus esperaba su veredicto, sin presionar. Debió caminar por largo rato, no sabía tomar un bus, quizás utilizó el noctámbulo, se perdió. Pero llegó.

Y se quería quedar.

Quería quedarse con él.

Severus creía que comprendía algo que él no acerca de ambos, del destino de su relación. Al parecer, era al revés.

—No soy bueno cocinando —advirtió, titubeante. Fue pura suerte que la voz no le temblase. No sabía lidiar con tantas emociones a la vez.

—No soy muy exigente —Regulus sonrió más—. Tal vez podríamos...

Fue la primera de muchas navidades felices que recordaría.

ClichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora