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El cliché del amor a primera vista. PrinceBlack.

Lily llevaba alrededor de dos minutos mirando por encima de su hombro, a un punto determinado, con el entrecejo arrugado. Su expresión no distaba mucho de la que ponía cuando oía una tontería de Potter; de haberse encontrado a solas, en lugar de estar en el patio, quizás podría haber suavizado su rostro también. Sólo un poco. Eran efectos secundarios de tener a su mejor -única- amiga cerca.

Severus continuó leyendo. Se le daba bien leer sin preocuparse por la gente que lo rodeaba y fingir que no se percataba de miradas fijas.

Tras otro rato, la chica se sumió en su libro también. Estudiar con ella era agradable; no era ruidosa, sabía cuándo ponerse seria y cuándo podía hablarle sin incordiarlo. Sólo que ese día, decidió que la vena curiosa del Gryffindor la superase, y después de otro minuto, volvió a observar el punto por detrás de él.

Contuvo un suspiro. Presentía lo que se avecinaba, antes de que hubiese abierto la boca.

—Sev —Lily se inclinó hacia adelante, con aire confidente. Se cubría a medias los labios con una mano, pretendiendo disimular las palabras—, ¿por qué un niño de primero ha estado mirándote desde que nos sentamos?

Severus dejó caer los hombros. Se había hecho la misma pregunta desde que lo notó.

—Es Regulus Black —Dio un vistazo de reojo, sin girarse. El pequeño se encontraba solo, en una mesa cercana a la ventana; a pesar de tener un libro de Encantamientos en sus manos, no le habría sorprendido descubrir que había pasado más tiempo observándolo que estudiando—, también quedó en Slytherin.

Lily conectó los puntos de inmediato.

—¿El hermanito de Sirius? —musitó. Severus asintió, torciendo la boca frente a su mención— ¿qué hace el hermanito de Sirius mirándote?

Y como si estuviesen conectados por legeremancia, alcanzó la misma conclusión que él. Notó que pasaba por la confusión, la incredulidad, a la rabia, para acabar con ese porte indignado que ponía, curiosamente, también frente al imbécil de Potter.

El idiota de Black lo mandó a fastidiarlo de algún modo. O a darle una señal para cuando él pudiese hacerlo.

—No me lo creo, esos- —Ahogó un sonido frustrado y se levantó, abandonando sus pertenencias en el asiento opuesto por un momento. Atravesó la biblioteca a ese paso firme, seguro, de una Gryffindor dispuesta a reclamar por una injusticia, y se detuvo frente al niño de primero; manos en la cadera, barbilla en alto. No escuchó lo que le decía.

Sin embargo, Regulus le contestaba en un tono suave, apuntaba hacia él, y Lily vacilaba. Se demoró unos segundos más en volver; para entonces, estaba transformada. Ocupó su asiento, tapándose la boca con ambas manos. Incluso cuando arqueó una ceja, invitándola a hablar, ella permaneció un instante mirándolo, aturdida.

Severus bajó su libro, dubitativo por la falta de reacción más allá de la barrera del shock.

—¿Qué quería?

—...arse contigo.

Frunció el ceño.

—¿Qué?

Los ojos de Lily estaban abiertos hasta el límite cuando balbuceó:

—Dijo que quiere casarse contigo cuando sean mayores. Por eso te ve tanto —exhaló, mitad suspiro, mitad risa ahogada—. Regulus Black quiere casarse contigo. Tiene un- un- flechazo, un enamoramiento infantil, algo.

Debían tener la misma expresión estupefacta para ese momento.

—Qué ridículo —bufó, porque no conocía otro modo de reaccionar frente a esas palabras. Tenía once, Severus sólo lo superaba por un año; no tenía idea de lo que hablaba. Pero Lily lo siguió viendo como si tuviese que darle vueltas al asunto o adjudicarle alguna importancia.

Una década más tarde, el mismo Regulus le recordaría el día en que decidió que se casarían, divertido. Él tendría que admitir que fue bastante determinado para lograr sus objetivos.

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