Capítulo 5: Leyendas del Dragón Blanco

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Capítulo 5: Leyendas del Dragón Blanco (Primera parte)

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"Pequeño cargamento Pirata"

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Las afueras de Hyrule City 7 meses antes...

El brillante sol en el cielo se reflejaba en la máscara blanca, el cálido viento chocaba contra su gabardina y la basta arena siseaba al contacto de sus pasos lentos pero firmes.

Caminó atravesando el gran desierto, sorteando las dunas y disfrutando del viento que aunque era seco llevaba consigo buenos presagios aquella mañana.

Una extraña llamada.

Jefe necesitamos que venga a los cuarteles de inmediato.

Todavía no amanece y acabo de llegar a mi casa ¿Qué sucede?

Nos llegó un nuevo cargamento de Los Piratas de Cielo.

¿A, sí?

Sí.

¿Quién lo manda?

El mismísimo Cuervo, Señor. Dijo que solamente usted puede hacerse cargo de éstas cosas. Al parecer confiscaron el cargamento casi llegando al sur de la frontera.

¿De quién era?

De Don Bonachon, al parecer el tipo trafica con algo más que Creaturas de Twili.

Su apacible rostro frunció el ceño al recordar el desagradable nombre...

—Algún día viejo... algún día. — susurraba. Y el pensamiento se perdía entre el mar de arena que bailaba de manera constante tras sus pasos.

Una enorme duna se levantó para entorpecer su camino y un gigantesco Moldorm tan grande como una montaña rugió de manera amenazante.

El joven Dragón Blanco alzó con pereza la mirada.

—Buenos días... ¿no es un poco temprano para estar haciendo berrinche?

La creatura lo miró por unos instantes... "Esas Ropas blancas"... su enorme cuerpo amarillo se puso casi del mismo tono y se retiró temblando de miedo.

—También fue un gusto volver a verte— clamó el joven sonriendo.

Después de dos largas horas de caminata había llegado finalmente a su destino. Las Tierras del Presidio. El territorio de los antiguos Bosques y Manglares se extendía a lo largo y ancho muy lejos de la ciudad de Hyrule City.

Avanzó sorteando los obstáculos de la vegetación y al final muy, muy al fondo del territorio encontró lo que buscaba. La gran torre que yacía edificada en el umbral entre el desierto y el bosque estaba cubierta de hierbas, enormes enredaderas se habían albergado ahí durante siglos y numerosos grupos de aves habían hecho de ese lugar un sitio propicio para su anidaje.

Nadie, absolutamente nadie hubiera imaginado que tras esa fachada de ruinas se escondía uno de los lugares más increíbles que alguna vez hubieran pisado los seres racionales.

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