Capítulo 10: Rivales (Primera parte)

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Capítulo 10: Rivales (Primera parte)

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"Esa persona a la que tanto amo"

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El cálido roce de sus labios hizo que su corazón latiera como loco, se le olvidó responderle con la habitual cachetada así que simplemente se dedicó a darle un empujoncito.

Se despidió de Midna con la mirada y tras cruzar el gran umbral de la puerta fue recibida por numerosos sirvientes.

Suspiró de manera pesada.

—"Diosas"... "Pero cuantas falsas sonrisas"— se dijo mentalmente mientras cruzaba los recibidores. Los primeros pisos del rascacielos estaban dedicados para el trabajo de la Z—Corp, había un montón de oficinas y lugares con papeles amontonados.

También Hatoru la estaba esperando y solamente a ella le dedicó una sincera sonrisa, desde que Impa había abandonado su puesto como nana, ella y la sirvienta se habían vuelto cómplices casi en todo, aunque su mirada triste a veces hacia arraigar en Zelda cierto sentimiento de nostalgia porque solía recordarla como cuando ella era niña y la veía reírse casi todo el tiempo.

Saludo con paciencia a algunos de los trabajadores y por alguna razón recordó a Link diciéndole "Hola, buenos días señorita".

Una sonrisa cruzó su rostro y cuando entró en el elevador soltó una pequeña risita tonta. Hace algunos años Link era bastante inocente, solía trabajar muy duro y siempre se esforzaba para poder verla después de largos días e innumerables horas de cansancio.

—Papá... si tan solo hubieras podido verlo— susurró mientras veía cambiar los números de piso en el tablero.

El gran empresario Daphness nunca había querido admitirlo, el hecho de que sin Link muchas de las innovaciones que ahora poseían sus juegos jamás hubieran existido, el día en el que él le dijo que renunciaba realmente se había puesto furioso.

—Veintiocho— susurró Zelda, mientras su vista se perdía en aquellos números cambiantes.

Pasó la mano sobre la comisura de sus labios y volvió a sonreír.

El timbre del elevador la sacó de sus ensoñaciones, miró al tablero, el número marcaba treinta, tecleó una clave secreta y las puestas se abrieron de inmediato, ella salió con cierta parsimonia.

El piso treinta era como un lujoso departamento, tenía una elegante sala pero carecía de cocina y otros lugares dedicados a los quehaceres, no eran muy necesarios puesto que en otros pisos residía la servidumbre encargada de esas cosas, pero había ocasiones en la que eso a Zelda realmente le molestaba.

Cruzó la estancia hacia su habitación, se tiró en la cama, y al igual que hace varias noches abrazó la almohada decorativa.

—Incluso el año pasado— dijo con algo de alegría y también mucha tristeza— ¿por qué siempre tienes que ser así papá...?

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El Z—Corp. Hace aproximadamente un año

—Finalmente voy a conocer tú casa— clamó la Twili con muchos ánimos.

Una pequeña gota de sudor frío escurrió por la frente de Zelda.

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