Los hombres

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Querido anónimo:

Teniendo con una amiga hace poco una de esas charlas filosóficas sobre los hombres, llegamos a una conclusión. Algo que decidimos que se

puede considerar algo así como una especie de verdad

universal.

Que los hombres mienten.

Mucho.

Todos los días.

Que mienten, nos mienten, para conseguir lo que quieren. O simplemente por inercia, ya ni lo sé.

El caso es que todos (sin ánimo de ofender al colectivo de príncipes azules escondidos en el país de nunca jamás) están programados de esa manera.

Programados para averiguar cuáles son las palabras oportunas en cada momento y dispararlas como una granada sobre nosotras independientemente de si estas coinciden o no con lo que realmente están

pensando.

Y es ahí donde entramos nosotras a ejercer nuestro papel de detectives

analizando cada palabra que sale de sus bocas en busca de cualquier indicio que nos permita desmantelar toda esa farsa que se

esconde detrás de un parde frases bonitas sacadas de internet o de su amigo

más fucker.

Pero el problema llega cuando no lo encontramos.

Cuando no hay nada que indique que mienten, o peor aún, cuando todo apunta a que dicen la verdad. Qué dilema. Y es que nunca es fácil creérnoslo cuando

escuchamos salir de boca de un hombre exactamente lo que queremos oír, por

que lo que queremos oír casi nunca coincide con lo que ellos querrían decirnos.

Pero, el caso es que por no entrar en una guerra que saben que no podrían ganar, eligen el camino fácil. Eligen el camino fácil y nos mienten. Y nosotras, por no

arrepentirnos de haber permitido que un idiota nos hiciera falsas

ilusiones (Y por ahorrarnos unos cuantos paquetes de clínex y otros tantos litros de helado), elegimos el camino difícil. Y no les creemos.

Y así hemos terminado.

Ellos, tan metidos en su papel de Romeo que han perdido su capacidad para distinguir cuando hablan de verdad y cuando están recurriendo a una de esas mentiras tan socorridas y, nosotras, marcándonos investigaciones dignas de CSI para averiguar si es así.

Investigaciones para comprobar que eso que nos dicen y que tanto nos gustaría que fuera cierto, realmente lo es.

Y yo me planteo, ¿No sería más fácil preguntarles?

Pero ni me atrevo a formularles esta pregunta.

Y es que, sí, puede que preguntarles fuera una opción. Pero, para qué gastar más fuerzas. Está claro que mentirían.

(Para mi amiga M, la eterna desdichada, y para mi, la eterna incomprendida, que algún día superarán su odio eterno al género masculino)

S. Harrison

Manual de desahogo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora