Notaba el aire levantar las hojas rojizas que los árboles habían ido dejando caer culpa del otoño. Me acariciaba la piel, dejándome un rastro frío de lo que empezaba a ser la nueva estación del año, poniendo toda mi anatomía alerta. Un nuevo movimiento se hizo paso a mi frente, captando toda mi atención. El crujir de los resquicios de una vida que empezaba a apagarse llegó a mis oídos de la manera más nítida posible. Mis pulmones no conseguían recoger todo el oxígeno que le hacía falta a mi cerebro para funcionar, y el temblor del pecho se hizo presente en cuanto una figura oscura se plantó ante mis ojos. Lo único que alcancé a distinguir con una precisión impropia de la situación que estaba sucediendo fue el amarillo intenso de su mirada, clavándose en mis retinas con fiereza. Un gruñido suave rompió la quietud de las ondas sonoras y fue el turno para que mis manos dejasen de tener un sitio claro al que dirigirse.
— Uka... —mi garganta quebró las cuerdas que habitaban en ella en una palabra mal formada.
De repente, sin previo aviso, todo se fue difuminando. Ya no advertía el pelaje negruzco del animal que se encontraba parada a la espera de algún gesto que no llegaría a hacer nunca, porque su hocico estrecho desapareció en cuestión de segundos, y con él sus orejas puntiagudas, sus fuertes patas coronadas por unas garras que el constante traqueteo del andar había ido perfilando de manera natural, los colmillos que tan pronto como me olisqueó guardó de nuevo en la cavidad a la que pertenecían. Era yo la que había entrado en la boca de la loba.
— ¡Blake, arriba! Es hora de ponerse en marcha. ¡Vamos! —una voz grave se me hizo extraña en un entorno que dejaba de parecerme hostil por momentos.
Abrí los ojos, desubicada ante lo que había tenido en las retinas hasta hacía menos de un minuto, que contrastaba de manera violenta con la imagen del moreno que me miraba desde el lado derecho de mi cama, el que quedaba libre de la barrera de pared, con sus orbes castaños destelleando y con las comisuras de sus labios alzadas.
— ¿Un mal sueño? —con lentitud se sentó cerquita de mí, en el filo del colchón mientras aguardaba a que reaccionase y me incorporara con el cansancio haciendo mella en la manera que adoptaba mi cuerpo al desplazarse—. Tienes unas ojeras que te llegan hasta los tobillos, tía. ¿Has podido dormir algo?
— Sí —la gravilla que sonó entre lo que pretendía ser algo parecido a mi timbre de voz me hizo carraspear antes de continuar hablando—. He dormido bien. No era una pesadilla.
— ¿Entonces? ¿Pienso mal de los ruiditos? No conocía yo esta faceta tuya, rubia —se burló de mí aquel hombretón de metro ochenta que se hacía más pequeño cuando abría la boca.
— En realidad me ha parecido más un recuerdo...
— ¿Y eso? —su mano se acercó a mi cabeza y vi cómo colocaba un mechón revestido de un tinte dorado detrás de mi oreja.
— No lo sé. Era muy real, muy vívido. Demasiado.
— Bueno, con calma. Te he preparado la leche, se te va a enfriar —que se hubiera atrevido a vencer su gran complicación con los madrugones para prepararme el desayuno me provocó una sonrisa sincera que él no tardó en imitar.
— Vaya, vaya. Señorito William Hunter, ¿y esta atención repentina hacia mi persona?
— Solo porque es tu primer día en un instituto nuevo, que no se te vaya a subir a la cabeza tampoco.
— Bueno, lo tengo en cuenta, pues —una pequeña carcajada se me escapó al sabernos bromeando con el cariño que nos demostrábamos diariamente.
— Venga, señorita Blake Hunter —imitó mi fórmula para picarme, no le iba a dar el gusto, aunque me divertía—, a por la primera comida del día, que es la más importante. ¿No estás nerviosa?
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Postdata.
General FictionSupongo que al final lo único que me quedó decirte fue que te iba a echar de menos, aunque siempre me echaras de más. Esta es la última data que te escribo, y el final, como siempre: PD: Te quiero.