EPÍLOGO

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Destino

N/A: Antes que nada, no creo en el "felices por siempre". La vida simplemente no es así, aunque estés con la persona amada, hasta que la muerte nos separe, la vida no es fácil, la convivencia no es fácil, tener hijos no es fácil. Tampoco para nuestras guerreras, la vida tiene altibajos, y, como dicen por ahí, la clave está en aprender a "bailar bajo la lluvia." Por eso, ese "felices por siempre" del título no es más que una forma de llamarle al "final" de esta historia. Y el final, también es una forma de decirle, porque la historia debía terminar en algún momento. Pero en realidad no es final, sino que es el comienzo. El comienzo de una nueva vida en Céfiro, el comienzo de una familia, el comienzo de una dinastía. No digo más, los dejo con una pequeña historia que tiene lugar un año después del "final feliz"

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Epilogo

Más allá del "felices por siempre"

Me enamoré de ti, perdidamente
Y nuestros mundos son tan diferentes
Me enamoré de ti, ¿qué le voy a hacer?

Se pinta de colores toda mi alma
Con esa dulce luz de tu mirada
Y al verte sonreír, vuelvo a tener fe

Me enamoré de ti y no me lo esperaba
Que algún día yo, de amor iba a morir

En la amplia cocina de aquel palacio, el lugar donde, día a día, los cocineros reales trabajaban arduamente para alimentar a todos los habitantes del palacio, Hikaru y Caldina preparaban los bocadillos que se ofrecerían en la ceremonia del día siguiente. Mientras los mellizos se encargaban de entretener a la pequeña bebita de cabellos color fuego. Caldina los observaba de reojo. Los mellizos solían ser muy dulces, pero, a veces, no medían sus fuerzas. La pequeña estaba sentada en el suelo de la cocina, mientras los niños la hacían jugar con algunos de sus juguetes que Caldina había traído desde Zizeta. La pequeña tenía unos hermosos ojos negro azabache, como su padre, la tez blanca como la nieve y una dulce sonrisa, como la de su madre.

Hikaru no podía ser más feliz, se sentía como viviendo dentro de un sueño, un sueño que no quería que terminara nunca. Y, aunque a veces sentía cierta nostalgia por saber que sería de sus hermanos o se preguntaba si, acaso, ellos estarían preocupados por su desaparición, podía decir que Céfiro era, realmente, su lugar en el universo. Con ayuda de Latis, había logrado abrir un pequeño consultorio en una aldea cercana al palacio y había traído algo de tecnología de Autosam para monitorear los embarazos de sus pacientes. Cierto era que, durante cientos, o quizás miles de años, las mujeres en Céfiro habían dado a luz sin más ayuda que una matrona. Pero ninguna mujer rechazaba la idea de poder ver a su bebé antes de su nacimiento y asegurarse de que todo marchara bien. Por eso su consultorio era todo un éxito. Venían mujeres de todas partes de Céfiro para atenderse con la guerrera mágica devenida en doctora. Tanto éxito tenía su consultorio que estaba planeando abrir una especie de escuela medicina para enseñar su amada profesión a otras personas. ¿Qué más podía pedir? ¿Quién le hubiera dicho, hacía 6 años, cuando había decidido estudiar medicina, que pondría en práctica su profesión en el mundo que había amado desde la adolescencia y junto al único hombre que había amado en su vida?

Volteó al sentir unos pasos entrar a la cocina. Sonrió al ver de quien de trataba. La pequeña hizo lo mismo, al tiempo que levantaba sus brazos al recién llegado emitiendo unos tiernos sonidos, tratando de llamar su atención. Él se acercó a la pequeña y la tomó en sus brazos. Hikaru observó como la pequeña le festejaba mientras él le hablaba y hacía morisquetas. Ellos tenían una conexión muy especial, la pequeña había logrado romper con ese carácter frio del espadachín, algo que ni la misma Hikaru había conseguido del todo.

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