Sensual para ustedes, triste para mi

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Esta noche en el restaurante Novoselic me es tan aburrida como todas las anteriores. Veo a las meseras con sus chalecos azules a juego ir de un lado a otro con enormes charolas; el aroma de las especias y perfume caro me marea. No hay una sola mesa vacía, y en casi todas observo parejas mirándose con amor a la luz de las velas. Puedo imaginarme lo salvajes que se pondrán en cuanto estén a solas.

Los de la banda seguimos amenizando, ya faltan pocas horas para cerrar. Todos menos la vocalista usamos el mismo traje blanco y corbata negra. Levi, el bajista, siempre se pone una peluca castaña para ocultar su melena púrpura. El dueño le dijo que su horrible cabello punk no queda con la banda. Tocamos jazz, no rock pesado.

Yo soy el saxofonista. Todas las noches, de lunes a sábado, me entrego en cuerpo y alma a este triste instrumento. Su melodía, sin importar qué canción, siempre me parece deprimente por sí sola, pero acompañada del bajo, la batería y la voz se convierte en algo casi erótico. Un deleite para las parejas, una pequeña tortura para mí. Por mucho que cavilo durante esas horas, nunca llego a saber el porqué. Al principio creía que era porque me recuerda a la preparatoria, pero no es así.

Levi voltea a verme, está sonriendo. Es un hombre sencillo y lo único que necesita para ser feliz es tocar su bajo. Su personalidad, abierta y un tanto pícara, tiene embelesadas a casi todas las camareras y las bartender. Él parece no darse cuenta de ello.

Cierro los ojos y me concentro en la aterciopelada voz de Vera, la vocalista, una mujer bajita y menuda de cabello oscuro. Las noches son más ligeras para mí cuando ella está presente, pues así ignoro la melodía del saxofón con facilidad. Todos a mi alrededor desaparecen, solo somos esa voz y yo. Cuando menos me doy cuenta, ya hemos terminado y en unos minutos van a cerrar.

—Hoy lo hiciste aún mejor que en otras ocasiones—me dice Dorian, el de la batería.

—¿En serio?

—Sí, ¿acaso te motivó la chica que estaba en aquella mesa?—señala una al fondo—. Era muy sexy.

No tengo ni idea de quien estaba hablado.

—Sí, no dejaba de verme—respondo.

—A la que veía era a mí—bromea Vera, bebiendo un poco de té de limón.

Levi bosteza.

—Ya vámonos, Jack—me pide—. Estoy casi muerto.

Asiento y tomo el estuche del saxofón, pero entonces una de las camareras se acerca a mí.

—Ve a la barra, el jefe quiere hablar contigo—dice.

—¿Por qué?

—No tengo idea, pero se veía muy serio.

Pienso que tal vez va a despedirme. Y admito que eso me pone un tanto contento.


Una propuesta

El dueño del lugar, Alfred Novoselic, es un hombre estrafalario de mediana edad que usa muchos anillos y demasiado perfume. Lo veo charlando tranquilamente con la bartender, mientras ella le prepara su martini (con dos aceitunas, como siempre).

—Hey, Lovelace—sonríe Alfred—. Ven aquí.

Me siento a su lado.

—¿Quieres un trago?—me pregunta.

—Yo no bebo, señor.

La bartender le entrega el martini y Alfred da un sorbo.

—Dale un vaso de limonada, por favor—le ordena. Él no dice nada, solo sigue sonriendo mientras contempla a la chica servirme la limonada. La ansiedad empieza a escocerme, así que soy el primero en hablar:

ArabellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora