Mujeres de agua

159 23 4
                                    

Todo es blanco. Miro a mi alrededor y no encuentro absolutamente nada: ni un mueble, una calle, un cielo o un río. Me invade un leve temor, y aprieto las manos de Levi y Arabella, quienes caminan a mis lados.

—¿Dónde estamos?—pregunto a la sirena, quien usa un largo vestido transparente, tan blanco como este mundo.

—Ahora ustedes pueden elegir—contesta ella—. ¿Dónde quieren estar?

No tengo ni idea. Solo he ido a tres ciudades en el interior de mi país y no tengo la suficiente imaginación como para crear un lugar desde cero. Me emociona tener este poder, pero no puedo sacarle provecho. Miro a Levi de soslayo y me muerdo el labio inferior cuando sonríe, ¿cuál será su lugar feliz?

—Creo que ya sé donde quiero estar—dice, y veo que el paisaje aparece poco a poco: se pinta a sí mismo con tonos débiles, como en acuarela. Contemplo las casas, el mar y el sol resplandeciente. Levi ya no necesita decirme dónde estamos, yo ya lo sé. Arabella mira alrededor y se estremece cuando más y más personas aparecen caminando por ahí.

—Estamos en Bristol Cove—le dice Levi antes de que pregunte—. Aquí nací.

Es un pequeño pueblo costero de Washington, Levi solía mencionarlo a menudo e iba allá de vacaciones cada cierto tiempo. Creo que si Arabella se enamoró de él fue en parte por su vínculo con el mar. Apuesto a que ella fue capaz de verlo en cuanto lo conoció.

Los ojos de Levi se llenan de luz, como si imitaran al sol. Poco a poco nos contagia su entusiasmo y nos dejamos guiar por él, quien nos muestra sus lugares favoritos. Después de pasar largo rato en un café junto a la playa Levi nos lleva al final de un acantilado. Lo veo sentarse, sus pies colgando en la nada. No tiene ni un poco de miedo. Permanezco detrás de él, pues no soy tan temerario. Sé que es imposible morir aquí, pero aún así me invade cierta angustia cuando bajo la mirada y contemplo las ola rompiéndose, listas para devorarme.

—Yo también quiero mostrarles dónde nací—dice Arabella. Levi se incorpora y la mira con los ojos muy abiertos.

—¿En serio?

—Sí, me encantaría—le toma la mano y luego me mira—. ¿Vienes?

Yo me acerco, vacilante. Me tiembla todo el cuerpo. Arabella aprieta mi mano con cariño y los tres miramos el mar, profundo e infinito. Mis piernas se mueven por sí solas. El sonido de las gaviotas y el océano desaparece en cuanto saltamos; la caída es rápida y el impacto en el agua pareciera quebrar algo dentro de mí. Duele, pero me libera. No me ahogo, y todo aquí abajo es muy nítido: veo a Arabella recuperar su cola y a Levi junto a ella. Sus cabellos flotan con gracia. Miro alrededor, la variedad de peces es asombrosa. Creo que hay algunos que ni siquiera he visto antes.

Arabella vuelve a tomar mi mano y sonríe a una docena de sirenas que se acerca a nosotros. Casi todas son muy distintas entre sí, y las únicas a las que reconozco son a sus hijas. El resto nos miran a mí a Levi con recelo, como si fuéramos unos intrusos. Y hasta cierto punto tienen razón.

—¿Todos ellos son tu familia, Bell?—le pregunta Levi, y ella asiente. Es mil veces más preciosa aquí, rodeada de criaturas, algas y corales. Las sirenas se acercan más a nosotros y nos tocan los brazos, el rostro y el pelo. Sus gestos son torpes, pero no nos hacen daño. Cuando terminan, dirigen una breve mirada a Arabella y luego se van. Ella intensifica su sonrisa.


El señor Wu

El señor Wu es un hombre distante e inexpresivo. Su mujer, por el contrario, sonríe a las camareras y a Novoselic. Está muy emocionada por escucharnos tocar y conocer a la sirena.

Vera está en el almacén junto a los asistentes. Ella misma quiso embellecer a Arabella. Yo le dije que no era necesario, pero Novoselic se mostró entusiasmado con la idea.

Contemplo a la pareja desde el escenario mientras pulo el saxofón. Está en perfectas condiciones, pero suelo hacerlo cuando estoy muy nervioso. Tengo que tocar excelente si quiero tan buena paga y que Novoselic no me sermonee. Un par de asistentes llegan con Arabella en brazos, quien tiene el cabello echo bucles y una sombra rosa muy llamativa en los ojos. Ella voltea a verme y pestañea con exageración. Levi contiene un suspiro enamorado.

—Hermosa, ¿no crees?—me dice. Yo asiento.

El señor Wu abre los ojos a toda su expresión mientras contempla a Arabella en su copa. Él es un hombre millonario y ha de tener a muchas sirenas como mascota en su casa, pero estoy seguro de que ninguna de ellas es tan preciosa como Arabella. Y no solo lo digo por sus ojos tan únicos, sino también por lo humano de sus gestos y su sonrisa. Ella te enamora sin la necesidad de cantar, solo necesita mirarte.

La música empieza y el feliz matrimonio no tarda en dejarse envolver por la voz de la sirena. Las camareras van y vienen de la mesa, sonriendo levemente. El señor Wu enrojece. Su copa sigue llena, así que sé que no es por el vino. Arabella lo está volviendo loco, lo está haciendo experimentar sensaciones que jamás imaginó. Levi y yo intercambiamos una mirada cómplice, felices de nuestro privilegio. El amor entre humanos siempre me pareció algo lindo, pero el amor de las sirenas está a otro nivel tanto físico como espiritual. Desde la primera vez que los tres estuvimos juntos, Levi y yo nos adentramos a un mundo que originalmente no era para nosotros. En estos momento, el señor Wu y su esposa solo tienen un trozo de él, un breve viaje que se convertirá en humo en cuanto el concierto termine.

Sigo tocando con eso en mente, siempre fascinado.

ArabellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora