Capítulo II | Eros Martin

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Me duele tanto la cabeza, esas aspirinas baratas que compró mi madre no han hecho ningún efecto dentro de mi organismo.

Agh, siento que en cualquier momento voy a vomitar.

Me siento mal y, la peor parte, es que aún no aterrizamos.

Respira hondo.

No mires por la ventanilla.

Relájate.

Cuánto deseo que esta tortura acabe ya.

—Eros, cariño —acota mi madre.

NO PUEDE SER.

La mayoría en ese avión soltaron algunas risas.

Esto no podría ser peor.

Ignoro a mi madre, ella está algunos asientos atrás, junto a mi padre y mi hermano. Al nuevo «hombre de la casa», o sea yo, le toca independizarse e ir aparte, ya saben, en los asientos de avión solo hay tres, indignación, pero, al menos no debo soportar a mi madre recitando partes de la biblia (no estoy en contra de la religión, pero, mi madre abusa un poco en ese aspecto; por cierto, también soy creyente) y a mi padre tratando de escribir poemas y preguntándome sobre si se escuchan bien. Saco a mi hermano del desastre, es algo odioso e irritable, pero, siempre que viajamos se queda dormido.

Vale, vale.

Creo que me estoy estresando más.

Al menos el mareo se está yendo lentamente.


[...]


Sí, me llamo Eros, como quien fue cupido en algún momento. Eso es culpa de mi padre y su obsesión con la literatura, la verdad es que no lo entiendo.

Rayos.

Ya hemos aterrizado, y ese «rayos», fue porque me acabo de golpear la cabeza con el compartimiento superior del avión, ese en donde se pueden guardar partes pequeñas de tu equipaje.

¡Dah! Obviamente se pueden guardar partes pequeñas de tu equipaje, es un compartimiento, idiota.

Mis vacaciones en la playa fueron un total fracaso, prefiero estar en mi pueblo con mi mejor amiga y otros amigos; es mucho más interesante y divertido. En resumen, mi madre estuvo bronceándose con el sol, mi padre encerrado en la habitación leyendo y escribiendo poemas, también, mi hermano se quemó toda la piel porque usó mucho bronceador en vez de protector solar. Y yo, pues, la pase ¿bien? Lo único que hice fue estarme en la sala de juegos y el bar, uno muy elegante.

Aire fresco, al fin.

Me encuentro adentrándome al aeropuerto junto a mi familia, él torpe de mi hermano no para de insistirle a mi madre que le compre una bolsa de galletas de chocolate. Es un infantil, no es para tanto, yo a su edad hacía malcriadeces por algo extremo, como que no me dejara salir con mis amigos o algo así, no por una bolsa de galletas; qué inmaduro.

Fugaz revelación | Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora