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Aproximadamente una semana atrás...
Yo solo lo miro, después sonrío y me adentro a su departamento, seguidamente, siento como él viene detrás de mí.
Es ese momento que por fin me doy la vuelta. Su mirada me ataca, lo hace directo hacia mis pupilas nerviosas. Me hago el duro, levanto mi rostro y lo miro con cara de «no puedes hacerlo». Él levanta una ceja, luego cierra un poco sus ojos y se da la vuelta.
No.
Va hasta la puerta, coloca su mano sobre la perilla y, finalmente, la cierra de manera delicada.
Sí.
No digo nada, él se da la vuelta y vuelve a mirarme, su mirada me intimida, quiero sonreír, pero, no lo hago y él me roba ese acto, sonríe, después ríe sarcásticamente.
—¿Qué se supone que haremos? —pregunta aún con la sonrisa en sus labios.
—No lo sé, dime tú —respondo haciéndome de rogar, mi rostro sigue en el mismo estado.
—No sé, hay muchas cosas que quiero hacer —admite acercándose muy despacio hacia mí.
Sigo mirándolo y, justo cuando se posa enfrente, se me hace imposible no dibujar una sonrisa en mis labios.
—Entonces hazlo, no me ofendes.
—¿Seguro? —Levanta una ceja y aprieta sus labios.
—Seguro, Eros, no me ofendes en lo absoluto.
Sus frías manos suben por mi cuello, deslizándose hasta tocar mis enrojecidas mejillas. Bajo el rostro, cerrando mis ojos, su presencia me tranquiliza, sin embargo, también me hace sentir vulnerable y débil.
Noto como de forma lenta empieza a acercar su rostro hacia mí y, cuando estoy más desprevenido, los tibios y húmedos labios de él presionan tan fuerte pero delicadamente los míos, tan precisamente, tan intenso. Mis labios están fríos, pero, conforme se intensifica el beso, la temperatura sube a flote, siento como mi cuerpo comienza a emanar esa extraña especie de calor.
Después él se aparta de mí, da un paso atrás, deja mis labios y abro los ojos para ver que se supone que hará.
Oh...
¡Santa madre de los panecillos!
¡Santa madre de los abdominales!
Nunca pensé que Eros tenía así de definido su abdomen. Tampoco es tan exagerado, él es de contextura delgada, sin embargo, con una simple vista se le pueden notar esos...
Él lanza su camiseta al suelo. Al verlo así, me siento tan intimidado, un nerviosismo me recorre, me siento avergonzado, no quiero que él me vea así, no le gustaré, seguro que no.
—Muéstrame qué puedes hacer... —desafía Eros levantado su rostro y ambas cejas.
—Yo... yo...
Quedo mudo, sin palabras ante él.
—¿Tú...? —Se acerca a mí para quitarme la chaqueta, después de eso, empieza a levantar mi camiseta—. ¿Sabes lo que quieres? ¿Sabes lo que quiero?
—¿Qué... qué quieres? —tartamudeo, con mi pecho al desnudo.
—Quiero... —Desliza hacia arriba su dócil mano sobre mi pálido abdomen, siento como me estremezco por dentro—. Te quiero a ti. —Me toma de los brazos y arroja un fuerte beso contra mis labios, mientras nos encaminamos lentamente, dirigiéndonos al sofá.
Una vez estamos sobre el sofá, Eros permanece sobre mí, mientras sigue besándome. Lo hace tan bien que no me doy cuenta cuando él comienza a desabrochar mi pantalón. Quedo en mi ajustado y gris bóxer, sin nada más que proteja mi débil cuerpo. Lo tengo a él, no necesito otra protección, sé que él lo hará.
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Fugaz revelación | Libro I
Romance[Fugaz y Eterno I] Un jugador estrella de hockey que sufre por cocinar panecillos casi a diario. Un religioso con alma de filósofo y poeta que busca un lugar en el mundo. Una combinación extraña, que con el tiempo se irá cociendo. - Troy y Eros fuer...