Capítulo XII | Eros Martin

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Se ha ido.

No puedo creerlo.

Estoy tan... tan... tan...

Es tan indescriptible.

Pensé definitivamente que esta sería una de las mejores tardes en mi vida, todo parecía tan complicado al principio, luego tan fluido y, finalmente, se marchó. Ahora solo no puedo dejar de pensar en él, en ese momento. Su rostro, sus ojos pardos mirándome fijamente, su sudor, sus rosáceos labios...

Él...

Yo...

Nosotros...


—«Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta», una frase de Sam Keen. En eso consiste el trabajo que harán en el transcurso de la semana, una frase filosófica con pizcas románticas o desilusionadoras. La próxima clase analizaremos todas.

No puedo creer que esto esté pasando.

Es entonces cuando el profesor observa su reloj de mano y notifica que es hora de irnos.

El trabajo que acaba de asignar el profesor me recordó que me encuentro metafóricamente entre la espada y la pared. Recojo mis cosas y salgo del salón de clases, lo hago acompañado de las dos nuevas amistades que he hecho ayer, un día sábado, en mi primer día.

Todavía recuerdo como Olivia me recomendó escribir poesía, ella se llevaría muy bien con mi padre, ¿por qué rayos yo escribiría poesía? Ni hablar de Azahel, quien es uno de los mejores promedios de la clase, también escribe poesía, pero, lo que se me hace raro es que él no conocía a Olivia y, por obra y gracia del destino, me saludó y ahora somos una extraña especie de amigos, creo que más bien nos podríamos llamar «conocidos».

—Deberíamos ir por unas malteadas, ¿qué les parece? —propone Olivia alegre.

No...

—Sí, yo pago —ofrece Azahel naturalmente—, he recibido mi pago del colegio.

No...

—Sí —Olivia confirma con la cabeza—, conozco una cafetería, me la recomendó mi mejor amiga, ella trabaja allí, creo que empieza por H, es algo como...

—Y... ¿si mejor compramos palomitas de maíz y vamos a la biblioteca?

—Eros, ¿quién visita una biblioteca los domingos? —pregunta ella confundida, después cambia a un semblante más atrevido—. Yo la visito todos los días. Sí, ¿por qué no? —Mira a Azahel, quien aprieta los labios y asiente con la cabeza.

Creo que el hogar para roedores de palabras me hace sentir seguro, no sé cuándo empezó, pero, desde que vendí mi consola de videojuegos y comencé a pagar las clases extracurriculares de filosofía, creo que algo ha estado evolucionando dentro de mí. Me siento alegre, aunque realmente no lo estoy, siento que todo el alrededor está bien, aunque sé que no es así. Los libros me han atraído de toda la vida, recuerdo cuando ayudaba a mi mejor amigo con sus tareas, él se enojaba cuando no usábamos el internet, decía que era más rápido y fácil, yo le respondía...

Fugaz revelación | Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora