Capítulo XVIII | Eros Martin

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Medio día.

El departamento está tan solitario, es sábado, mi familia se encuentra en misa.

¿Casualidad? No lo creo.

Intento no pensar en lo que me espera a la una de la tarde. Degusto mi almuerzo como si fuera lo último que voy a comer, no quiero darme prisa, sé que al final seré un completo fracaso. Tengo tanto miedo de no encajar en ese lugar, todos son como finas piezas de un rompecabezas lógico, mientras que yo apenas logro escribir una carta repleta de versos ¿románticos? No sé si podrían llamarse así. Solo espero que al menos una de ellas guste.

Cuando termino de almorzar, tomo mi bolso, meto el sobre con la carta dentro del libro que dejé sobre mi escritorio, el libro que me regaló Azahel; qué bonita persona es, no puedo evitar pensar eso, porque realmente lo es. Tenerlo a él de amigo me hace sentir bien, tan feliz, no sé qué tiene, solo sé que no sé nada, sin embargo, sé que él tiene algo que no sé.

Sócrates.

Sí, a ese filósofo lo vimos la clase pasada, pero, ¡woah! No pensé que comenzaría a aplicar sus frases en mi vida, qué extraño que lo esté haciendo.

Se llama aprender, y lo haces bien.

Tal vez es verdad lo que dijo Sócrates, quizá todos somos iguales que él, creemos saber que lo sabemos todo y, al final, no sabemos nada de nada.

Introduzco la llave, giro la perilla y abro la puerta de mi departamento.

Troy.

Enfoco el departamento que está al frente, dividido del mío a causa de una alta gravedad y un extenso paso de cemento endurecido desde hace cientos de años.

Me duele analizar eso de no saber nada, porque entonces quizá todos estos días que han pasado sin que yo le hable a él, los he pasado creyendo saber algo que no sé, o tal vez sí. Me gustaría saber si él opina igual, aunque, sé que difícilmente podría estar haciéndolo, porque no está en una clase de filosofía donde le expliquen quién era Sócrates y sus frases.

Cuando bajo del autobús, camino hasta dentro de la sede de clases extracurriculares, después me dirijo hasta el área de filosofía y toco dos veces la puerta del salón con ayuda de mis nudillos.

Respira, no te desenfoques.

Solo han pasado diez minutos de haber comenzado la clase, no pasa nada, nada...

—Eros Martin —expresa el profesor alegre, después de abrir la puerta—, el estudiante más esperado por todos en este salón de clases.

—Ehm... hola, buenas tardes —tartamudeo, luego sonrió de manera leve.

—Buenas tardes, vamos, pasa, pasa, morimos por escuchar tu frase, hemos estado dialogando sobre qué habrás escrito.

Me adentro al salón. Estoy de pie frente a toda la clase, pero, específicamente frente a mí está el profesor, ¿dándome ánimos?

Fugaz revelación | Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora